[Libro] El mono que llevamos dentro

Publicado el 19 de agosto de 2012 en Libros por omalaled
Tiempo aproximado de lectura: 9 minutos y 28 segundos

He conocido a Frans de Waal a partir de BioTay. Según este último, era uno de los mejores divulgadores que había conocido, y la verdad es que después de leer este libro he de reconocer que lleva mucha razón. De este autor pienso leer todos sus libros. Por el momento, en el que os quiero comentar hoy, el autor explica que de joven le encantaba observar a la gente: cuando iba a un restaurante, en lugar de estar atento por su comida, estaba atento por cómo se comportaban las personas ¿Y cómo iba a acabar? Pues con un despacho con un enorme vidrio que daba directamente a un lugar donde habitaban los chimpancés. Los conoce muy bien y en este libro nos explica muchos detalles de sus comportamientos. Os comento lo que más me ha llamado la atención.

En una ocasión, una hembra llamada Kuni vio cómo un estornino chocaba contra el vidrio de su recinto en el zoo británico de Twycross. Kuni tomó al aturdido pájaro y lo colocó con cuidado sobre sus pies. Al comprobar que no se movía, lo sacudió un poco, a lo que el ave respondió con un aleteo espasmódico. Con el estornino en la mano, Kuni se encaramó al árbol más alto, abrazando el tronco con las piernas y sosteniendo al pájaro con ambas manos. Desplegó sus alas con cuidado, manteniendo una punta entre los dedos de cada mano, antes de lanzar al pájaro al aire como un pequeño avión de juguete. Pero, tras un aleteo descoordinado, el estornino aterrizó en la orilla del foso. Kuni descendió del árbol y se quedó un buen rato montando guardia junto al pájaro para protegerlo de la curiosidad infantil. Hacia el final de la jornada, el pájaro, ya recuperado, había emprendido de nuevo el vuelo.

Esta clase de empatía es inusitada en el mundo animal, porque se basa en la capacidad de imaginar las circunstancias de otro. Adam Smith, pionero de la teoría económica, debía tener en mente acciones como la de Kuni (aunque no ejecutadas por un mono) cuando, hace más de dos siglos, nos ofreció la definición más imperecedera que se conoce de la empatía: la capacidad de «ponerse en el lugar del que sufre». La posibilidad de que la empatía forme parte de nuestro legado primate debería congratularnos, pero no tenemos por costumbre celebrar nuestra naturaleza. A quienes cometen un genocidio, los llamamos «animales». Pero cuando donan algo a los pobres, los aplaudimos por su «humanidad». Nos gusta reclamar este último comportamiento para nosotros.

La posibilidad de una humanidad no humana sólo fue advertida por el público cuando un antropoide salvó a un miembro de nuestra propia especie. Esto ocurrió el 16 de agosto de 1996, cuando una gorila de ocho años llamada Binti Jua socorrió a un niño de tres años que había caído desde una altura de más de cinco metros al interior del recinto de primates del zoo Brookfield de Chicago. La gorila reaccionó de inmediato y tomó al niño en brazos. Luego se sentó en un tronco sobre una corriente de agua, acunó al niño en su regazo y le dio unos golpecitos suaves para ver si reaccionaba antes de entregarlo al personal del zoo. Este simple acto de compasión, captado en vídeo y difundido por todo el mundo, conmovió a muchos, y Binti fue aclamada como una heroína. Fue la primera vez en la historia norteamericana que un antropoide figuró en los discursos de algunos líderes políticos, que la ponían como modelo de piedad (tenéis el vídeo en este enlace).

En el año 2004, Jet, un perro labrador negro de Roseville, California, saltó delante de su mejor amigo, un niño que estaba a punto de ser mordido por un crótalo, y se llevó el veneno de la serpiente. No estaba pensando en él mismo; se comportó como un altruista genuino.

Nadie diría que los animales se dedican al engaño. De ahí que los antropoides sean cruciales en el debate sobre la condición humana. Si resultan ser algo más que bestias, aunque sólo sea de manera ocasional, la idea de la bondad como invención humana comienza a tambalearse. Y si los auténticos pilares de la moralidad, como la compasión y el altruismo intencionado, pueden encontrarse en otros animales, nos veremos forzados a rechazar de plano la teoría del barniz [humano]. Darwin era consciente de estas implicaciones cuando observó que «muchos animales ciertamente se compadecen del sufrimiento o el peligro de los demás».

Darwin relataba el caso de un cuidador que fue mordido en la nuca por un fiero papión mientras limpiaba su jaula. El papión compartía espacio con un pequeño mono sudamericano. Amedrentado por su compañero de jaula, el mono mantenía una cálida amistad con el cuidador y, de hecho, salvó su vida al distraer al papión con mordiscos y gritos durante el ataque. El pequeño mono arriesgó su vida, demostrando con ello que la amistad se traduce en altruismo.

La mayoría de los libros de textos de psicología ni siquiera mencionan el poder y la dominancia, salvo en lo referente al maltrato. Todo el mundo lo niega. En un estudio sobre el poder como motivación, se interrogó a algunos ejecutivos acerca de su relación con el poder. Reconocían la existencia de un ansia de poder, pero nunca aplicables a sí mismos. Ellos disfrutaban más bien de la responsabilidad, el prestigio y la autoridad. Los buscadores de poder siempre eran otros.

Los políticos son igualmente reacios a reconocer su afán de poder. Se presentan como servidores públicos, que sólo quieren el poder para fijar la economía o mejorar la educación. ¿Recuerda el lector haber oído a un candidato admitir que anhela el poder? Obviamente, la palabra «servidor» tiene un doble sentido; ¿alguien cree que es sólo por nuestro bien que los políticos se lanzan al ruedo de la democracia moderna? ¿lo creen así los candidatos? ¡Qué inusual sería tal sacrificio!

Es reconfortante trabajar con chimpancés: son los políticos honestos que todos anhelamos. Cuando el filósofo Thomas Hobbes postuló la existencia de un irreprimible afán de poder, dio en la diana tanto en lo que respecta a los hombres como a los chimpancés. Observando con qué descaro compiten los chimpancés por la posición, es fútil buscar motivaciones posteriores.

¿Somos los humanos monógamos o promiscuos? Quizás estemos entre los bonobos y los chimpancés. Imaginemos que unos extraterrestres llegaran a la Tierra y desenterraran un cinturón de castidad. ¿Qué pensarían? No hace falta ser muy avezado para comprender por qué los cinturones de castidad daban más tranquilidad a los varones que los códigos morales.

Y por muchos códigos morales que hayan querido darnos, perpetuados sobre todo por las religiones, se enfrentan a hechos muy difíciles de explicar. Los antropólogos han proporcionado abundantes pruebas de que los hombres poderosos acaparan a más mujeres y dejan más descendencia. Un asombroso ejemplo procede de un estudio genético reciente en los países de Asia Central.

El estudio concernía al cromosoma Y, que se hereda sólo por vía paterna. No menos de un 8% de los varones asiáticos posee cromosomas Y virtualmente idénticos, lo que sugiere que todos descienden de un único antepasado. Este varón tuvo tantos hijos que se estima que en la actualidad tiene 16 millones de descendientes masculinos. Al haber determinado que debió vivir hace del orden de un milenio, los científicos señalan a Gengis Kan como el candidato más probable. Sus hijos y sus nietos controlaron el mayor imperio de la historia. Sus ejércitos exterminaron poblaciones enteras. Pero las mujeres jóvenes y bonitas no eran para la tropa, sino que se reservaban para el mismísimo emperador.

¡Ah! y en el aspecto del sexo, una curiosidad: se ha llegado a observar en chimpancés el intercambio de sexo por comida. ¡Ay! pobres humanos si hicieran lo mismo…

Tanto las personas como los chimpancés son amables, o al menos se contienen, en el trato con los miembros de su grupo, pero ambos pueden convertirse en monstruos cuando se trata de miembros de otro grupo.

En vista de cómo los chimpancés tratan a sus congéneres, podríamos calificarnos de xenófobos. Cualquier macho solitario extraño es abatido en una acción altamente coordinada: lo acechan, se lanzan sobre él por sorpresa y lo reducen. Luego la víctima es golpeada y mordida con tanta saña que muere en el acto o más tarde como consecuencia de daños irreversibles. Se han observado unos cuantos ataques por sorpresa y en algunos enclaves han ido desapareciendo machos hasta que no quedó ninguno. Los casos documentados dejan pocas dudas que estamos ante una eliminación dirigida y premeditada. En otras palabras, un «asesinato».

Hasta Jane Goodall observó que los chimpancés actuaban igual en las agresiones que cuando cazaban tratando al enemigo más como a una presa que como a un congénere. Un atacante podía inmovilizar a la víctima sentándose sobre su cabeza o sujetando sus piernas, mientras los demás lo golpeaban y mordían. Podían retorcer un miembro hasta desencajarlo, rasgar la tráquea, arrancar las uñas y, literalmente, beber la sangre que brotaba de las heridas; y no cejaban hasta que la víctima dejaba de moverse. Este comportamiento no es diferente del de nuestra propia especie. La mentalidad nosotros-y-ellos aflora con notable facilidad en el ser humano. El experimento de Stanford es bastante significativo. El grupo siempre encuentra razones para verse superior al resto.

Y no penséis que no hay quien haya justificado cosas así en humanos. Malthus poseía un pensamiento político increíblemente despiadado y afirmaba que cualquier asistencia a los necesitados iba en contra del proceso natural por el cual que se supone que esta gente debe morir. Si había un derecho que el hombre no tenía, dijo, era el de una subsistencia que él mismo no podía procurarse. Inspiró un sistema de pensamiento conocido como «darwinismo social», lo que se traduce en el progreso del fuerte a expensas del débil. Esta justificación llevó a John D. Rockefeller a decir que el crecimiento de un negocio «no es más que el resultado de una ley de la naturaleza y una ley de Dios».

Vamos, que no somos idénticos a ellos pero sí parecidos; nos parecemos tanto a los chimpancés como a los bonobos. Cuando las relaciones entre las sociedades humanas son malas, somos peores que los chimpancés, pero cuando son buenas, somos mejores que los bonobos. Intercambiamos bienes y servicios y se permite el tránsito de unos territorios a otros.

Y sus sociedades son moldeables. Hay experimentos en los que se han pacificado sociedades de monos rhesus típicamente peleones sólo cambiando su cultura social. La pacificación es una habilidad social adquirida más que un instinto.

Los macacos tienen hasta chivos expiatorios. Un grupo bien establecido no suele tener un chivo expiatorio particular. De hecho, la ausencia de una cabeza de turco es un signo fiable de estabilidad.

Los chimpancés también son vengativos y tienen su justicia o venganza. Una plácida tarde en el zoo de Arnhem, cuando el cuidador llamó a los chimpancés al interior, dos hembras rehusaron entrar en el edificio. El tiempo era espléndido y tenían toda la isla para ellas solas, y eso les encantaba. La regla del zoo era no empezar a repartir la cena hasta que todos hubieran entrado, así que las obstinadas adolescentes hicieron enfadar al resto. Cuando por fin entraron, con varias horas de retaso, el cuidador les asignó un dormitorio separado para evitar represalias. Pero esto sólo las protegió temporalmente. A la mañana siguiente, ya fuera de la isla, la colonia entera se desquitó del retraso de la cena con una persecución en masa que acabó en una buena tunda a las culpables. Esa tarde fueron las primeras en entrar.

“Es de bien nacidos ser agradecidos”, afirma el refrán. Pues bien, durante un aguacero dos chimpancés se habían quedado a la intemperie sin poder entrar en el refugio. Wolfgang Köhler, el pionero alemán de los estudios de uso de herramientas, acertó a pasar por allí y los encontró empapados y tiritando. El profesor les abrió la puerta esperando que entraran corriendo, pero, en vez de eso, los dos chimpancés lo abrazaron en un delirio de satisfacción. ¿No se acerca ese comportamiento mucho a la gratitud?

Y, por supuesto, salen frases que sinceramente no sé si atribuir a personas, a chimpancés o a ambos.

Así como la última prueba de un barco es cómo se comporta en medio de una tormenta, sólo confiamos plenamente en una relación si es capaz de sobrevivir al conflicto ocasional.

Pero quizás, la frase más demoledora que he sacado del libro:

Se puede sacar al mono de la jungla, pero no a la jungla del mono. Esto también se aplica a nosotros.

Un libro maravilloso, para todos los públicos, sin necesidad de formación alguna, de amena lectura para este verano. Y para cualquier otra ocasión, por supuesto.

«El mono que llevamos dentro», Frans de Waal



Hay 6 comentarios a '[Libro] El mono que llevamos dentro'

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  1. #1.- Enviado por: carles72

    El día 20 de agosto de 2012 a las 15:14

    grácias Fernando,ha venido que ni al pelo,voy ha empezarlo a leer,aprovecho para felicitarte por la gran labor que haces con este blog….

  2. #2.- Enviado por: carles72

    El día 20 de agosto de 2012 a las 15:16

    te recomiendo que visiones el experimento que ha realizado el canal curiosity titulado «yo, cavernicola» en la red podras encontrarlo,si no lo encuentras te pasaré el enlace que tengo publicado en mi blog…

  3. #3.- Enviado por: Richard Paredes

    El día 3 de septiembre de 2012 a las 04:37

    Como siempre el post excelente, independientemente del tema que tocas, muchas gracias por todas las horas de aprendizaje que me(nos) proporcionas, te sigo por lo menos hace cinco años, he leído todos tus artículos, casi todos de una calidad excelente, gracias a tí conocí a Carl Sagan, me acaban de hacer un regalo maravilloso, una versión en inglés del Mundo y sus Demonios. Espero disfrutarlo y entenderlo en inglés como en castellano.
    Saludos desde Bolivia, Richard

  4. #4.- Enviado por: Ramonmo

    El día 24 de septiembre de 2012 a las 17:23

    «¡Ah! y en el aspecto del sexo, una curiosidad: se ha llegado a observar en chimpancés el intercambio de sexo por comida. ¡Ay! pobres humanos si hicieran lo mismo…»

    No entiendo esta frase. ¿Acaso no hacen de hecho lo mismo, continuamente y de manera más o menos elaborada?

  5. #5.- Enviado por: omalaled

    El día 24 de septiembre de 2012 a las 17:25

    Ramonmo: Era una ironía, Si lo hacen los animales, no pasa nada, forma parte del reino animal; pero si lo hacen los humanos… 🙂

    Salud!

  6. #6.- Enviado por: Merc

    El día 1 de febrero de 2013 a las 18:10

    ¡Hola! Acabo de terminar este libro, que descubrí hace tiempo gracias a esta entrada. Sin duda alguna maravilloso, he disfrutado muchísimo leyéndolo. Tanto el inicio como el final son excelentes, y el tema es apasionante. Uno de los grandes libros de divulgación con los que me he topado. Creo que yo también me voy a hacer fan de las obras de Frans de Waal 🙂

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