Los peligros de los eruditos
Ser científico o erudito en general no hace que desaparezcan los problemas en las guerras ni en los conflictos.
Una historia curiosa es la de James Chadwick, el descubridor del neutrón, cuando viajó a Berlín para pasar una temporada y trabajar con Geiger (el inventor del contador que lleva su nombre). Le sorprendió la primera Guerra Mundial y fue hecho prisionero y enviado a un campo de concentración. En él conoció a Charles Drummond Ellis, militar inglés, quien le ayudó en algunos experimentos llevados a cabo durante el cautiverio. Contagiado con el entusiasmo de Chadwick, decidió dedicarse a la física. Al final de la guerra se fue a Cambridge a trabajar con Rutherford. En su primera publicación, Ellis demostró que las líneas superpuestas al espectro continuo de la radiación beta se debían a electrones arrancados al átomo tras absorber la energía de un rayo gamma. James Chadwick, Charles Drummond y Ernest Rutherford publicaron juntos en 1937 «La nueva alquimia».
Sorprendente forma de hacer adeptos, ¿no?
Otra curiosa historia es la André Weil, un destacado matemático que durante su vida pasó por diferentes lugares como Italia, Alemania, la India y la URSS. Llegó incluso a conocer a Gandhi y a Nehru. Fue el matemático que introdujo el famoso símbolo de conjunto vacío. Conoció la prisión en Finlandia y estuvo a punto de ser fusilado de no ser porque conocía a Rolf Nevanlinna que era otro matemático conocido en las altas esferas gubernamentales y militares. En una cena en Helsinki, el jefe de policía se acercó a este último y le dijo:
– Mañana vamos a fusilar a un espía; afirma que usted lo conoce: no me hubiera atrevido a molestarle por tan poca cosa; pero como nos hemos encontrado aquí, me alegro de tener la oportunidad de consultarle.
– ¿Cómo se llama? – preguntó Nevanlinna.
– André Weil – fue la respuesta.
– Lo conozco, ¿es absolutamente necesario fusilarle?
– Pero, ¿qué quiere que hagamos con él?
– ¿No pueden sencillamente llevarle a la frontera y expulsarle?
– Mire, es buena idea; no se me había ocurrido.
Y esa es la decisión que tomaron. Desde luego, el jefe de policía no tenía mucho aprecio por la vida humana.
Mark Azbel, un físico teórico que tras años de persecución y prisión alcanzó el santuario de Israel nos contaba lo siguiente:
«Oí una historia del profesor Povzner, que enseñaba un curso en la Academia Militar de Ingenieros. Un día caminaba hacia la clase dispuesto a empezar su lección con una charla rutinaria sobre la primacía rusa en matemáticas para pasar luego a una sesión seria de enseñanza real de matemáticas.
Pero en cuanto se puso delante de sus alumnos vio con inquietud que entre la audiencia había un general que era el director de la Academia. Se paró y decidió que mejor seria dedicar toda la lección al tema del temprano genio ruso en matemáticas. Por suerte, era un hombre de mucha talento, bueno para inventar cosas, de modo que, espoleado por la situación, inventó una maravillosa lección sobre las matemáticas rusas en el siglo XII. Se embarcó en vuelos de imaginación durante toda una hora deteniéndose solo cinco minutos antes del final para interpelar como era su costumbre: «¿Alguna pregunta?».
Vio que uno de los estudiantes había levantado la mano:
– ¿Sí?
– Es muy interesante esto de la matemática rusa medieval. ¿Podía decirnos, por favor, dónde podríamos obtener más información sobre ello, qué libros de referencia podemos consultar? Me gustaría saber más.
Sin tiempo para pensar, el profesor respondió inmediatamente:
– Bueno, ¡eso es imposible! ¡Todos los archivos ardieron durante la invasión tártara!.
Cuando la clase había terminado, el general se acercó al conferenciante y dijo:
– De modo, profesor … que todos los archivos ardieron … .
Sólo entonces se dio cuenta el pobre Povzner de lo que había dicho. La pregunta implícita estaba en el aire: si toda la evidencia de la primacía rusa en esta ciencia había ardido, ¿cómo demonios conocía el profesor la historia de las matemáticas antes de la invasión?
Empezaba a asaltarle el pánico cuando, inesperadamente, el general le sonrió con comprensión, dio media vuelta y se fue. Este oficial de alto rango era una persona inteligente y decente; de lo contrario, el profesor Povzner se hubiera visto en graves dificultades.»
Fuentes:
«Memorias de aprendizaje», André Weil
«Eurekas y Euforias», Walter Gratzer
http://omega.ilce.edu.mx:3000/sites/ciencia/volumen2/ciencia3/068/htm/sec_11.htm
http://nobelprize.org/physics/laureates/1935/index.html
http://personales.ya.com/casanchi/ref/fields2002.htm
El día 22 de julio de 2005 a las 20:11
Unas anécdotas realmente deliciosas 🙂
El día 24 de julio de 2005 a las 23:01
Muchísimas gracias. Tu blog también lo es.
Saludos.
El día 8 de agosto de 2005 a las 18:10
Realmente estupendas, es verdad 😀
¡Saludos!