Selección sexual

Publicado el 27 de mayo de 2010 en Curiosidades por omalaled
Tiempo aproximado de lectura: 8 minutos y 15 segundos

Pocos animales hay en la Naturaleza más deslumbrantes que el macho del pavo real en plena exhibición, con su iridiscente cola verde y azul tachonada de ocelos. Esa cola exige una gran cantidad de energía biológica y es un clarísimo reclamo para llamar la atención de depredadores y dificultar el camuflaje del individuo. Esto parece violar todos los aspectos de la selección natural. Y no es el único ejemplo. Teníamos la asombrosa cornamenta del extinto alce irlandés (por otro lado, mal llamado, porque no era alce… ni tampoco era irlandés), que tenía tres metros y medio de envergadura. Algunos decían que se habían envuelto en una especie de carrera armamentística biológica para desarrollar cuernos más grandes hasta que el peso no les hubiera dejado levantar la cabeza. Si la Teoría de la Evolución era cierta, ¿cómo podían juzgarse esas características aparentemente desfavorables e incluso netamente contraproducentes en algunos organismos?

Charles Darwin escribió:

Los machos no han adquirido su estructura actual por hallarse mejor equipados para sobrevivir en la lucha por la existencia, sino porque han desarrollado ventajas sobre otros machos y se las han transmitido a su descendencia masculina.

Es tan notorio y cierto que entre la mayor parte de los animales se dan reñidos combates por la posesión de las hembras, que será más que superfluo el señalar ejemplos.

O sea, que realmente existía lo que podía llamarse una «selección sexual». ¿Escogían realmente las hembras de pavo real a los machos?

En un estudio observacional se encontró una fuerte correlación entre número de ocelos en la cola del macho del pavo real y el número de apareamientos conseguido: el macho más ornamentado consiguió el 36% de todas las cópulas. Aun así, ¿era una prueba contundente? No. Lo que había que hacer es cambiar número de ocelos en los pavos y ver si realmente afecta. Este experimento ya había sido propuesto por el mismísimo Alfred Russell Wallace quien, por otro lado deploraba la posibilidad de elección del macho por parte de las hembras. El experimento se llevó a cabo más de un siglo después. Los científicos cortaron ornamentos en algunos pavos y compararon las situaciones antes y después. Efectivamente, las hembras escogieron a machos cuyos ornamentos no habían sido reducidos. También se añadieron ornamentos en otros y, otra vez confirmando la hipótesis, las hembras fueron más con los que tenían más ornamentos.

El éxito biológico en el sentido darwiniano, por tanto, no se cifraba en la supervivencia de un individuo concreto, sino en el mayor número posible de descendientes. Si por puro azar las hembras tuvieran predilección por los machos de pavo más vistosos es normal que sus descendientes fueran más numerosos y heredaran el plumaje paterno.

Por supuesto, esto afectaba al comportamiento del animal. Darwin destacó que la hembra con poquísimas excepciones, es menos ardiente que el macho y, por tanto, requiere que se la solicite. Recatada y un poco coqueta, como las doncellas victorianas, es tímida y muchas veces se la ve esforzarse no poco tiempo para escapar del macho, cosa que habrá notado en mil casos el atento observador de los hábitos animales.

El genetista británico Angus John Bateman lo investigó con la Drosophila melanogaster. En vez de contar apareamientos para comprobar si los machos dominantes eran los que más números de lotería darwiniana tenían, utilizó marcas genéticas diferentes. De entre sus resultados destacaba uno: el 4% de las hembras no se apareaba, mientras que el 21% de los machos no dejaba descendencia. La diferencia estaba en aquellos machos que «se emparejaban en exceso». ¿Por qué? se preguntaba Bateman, ¿por qué era tan variable la fecundidad entre machos y no entre hembras?

Según explicó, la razón estaba en que la fertilidad en las hembras está limitada a la producción de óvulos. Los óvulos son de mayor tamaño que los espermatozoides, ricos en nutrientes y, por tanto, más costosos de producir. Aunque una hembra se aparee muchas veces en un corto periodo de tiempo, poco o nada de lo que haga sirve para aumentar el número de sus descendientes. De hecho, en el 90% de los mamíferos la única inversión del macho es el esperma, pues son las hembras quienes proporcionan el cuidado parental. Y así concluyó que «casi siempre se da la combinación de machos animosos que no discriminan y hembras pasivas que sí eligen». A esta hipótesis se le llamó Principio de Bateman.

Los buenos machos, más vigorosos o atractivos, se llevarán un gran número de parejas, mientras que los inferiores se quedarán sin aparearse; por el contrario, casi todas las hembras encontrarán pareja. Por otra parte, las hembras tienen que elegir el mejor padre posible para fecundar su limitado número de óvulos. El resultado es que, por lo general, los machos tienen que competir por las hembras y serán promiscuos, mientras que las hembras no tendrán que competir y serán más recatadas. La selección favorecerá a los machos con genes promiscuos que intenten aparearse con todas las hembras que puedan. O con cualquier cosa que se parezca a una hembra, como el gallo de las artemisas, que a veces intenta copular con pilas de estiércol de vaca; hay incluso orquídeas que consiguen la polinización atrayendo a los machos calientes de abeja que intentan copular con sus pétalos.

Conclusión de Bateman: los hombres somos unos mujeriegos y las mujeres unas santas.

Tardaron 30 años en demostrar que el Principio de Bateman no era generalizable. La Drosophila que utilizó ni siquiera era representativa de todas las especies de su género: en algunas, las hembras eran tan promiscuas como los primates y, en otras, almacenaba el esperma de distintos apareamientos. Además, se vio que abundan las especies en que los machos se ven obligados a dedicar mucho tiempo a defender la fidelidad de su pareja. En algunas especies de pájaros era más probable encontrarlos cerca del nido, vigilando a su compañera y a sus crías, que no rondando lejos en busca de otras hembras.

Esto plantea otra cuestión: después de que un macho haya inseminado a una hembra, ¿cómo puede impedir que otros machos la fecunden y le roben la paternidad? Resulta que, contra todas las apariencias, la selección sexual no se agota en el acto sexual: los machos pueden continuar compitiendo incluso después de aparearse. En muchas especies, las hembras se aparean con más de un macho en un periodo breve de tiempo. Pues bien, esa competencia postapareamiento ha producido algunos de los rasgos más curiosos de la selección sexual. Por ejemplo, se piensa que los machos de las libélulas quedan enganchados a las hembras después de aparearse para impedir que otro lo haga, bloqueando físicamente el acceso; hay un ciempiés de América Central en que el macho, después de fecundar a la hembra, se queda varios días sobre ella para que nadie se lleve sus huevos; las eyaculaciones de algunas serpientes y roedores contienen sustancias químicas que, de manera temporal, obstruyen el tracto reproductor de la hembra después del apareamiento; en el grupo de las moscas de la fruta el macho inyecta en la hembra una sustancia antiafrodisíaca para quitarle las ganas durante varios días; existen «penes escobilla» de algunos caballitos del diablo que utiliza cerdas dirigidas hacia atrás de su pene para extraer el esperma de los machos que le precedieron, y sólo después de haber limpiado a la hembra, trasfieren su propio esperma; etc.

Pero también hay excepciones. Algunas especies son monógamas y tanto el macho como la hembra realizan los cuidados parentales. La evolución puede favorecer la monogamia si los machos tienen más descendientes ayudando a cuidar de las crías. Pero no son muy comunes en la Naturaleza y en el caso de los mamíferos sólo se da en el 2% de todas las especies de los mismos. En el extremo opuesto tenemos a los bonobos. Allí donde los chimpancés recurren a la violencia e incluso el canibalismo, los bonobos recurren al sexo. Parecen copular en todas las combinaciones posibles y en cualquier oportunidad concebible. En aquellas situaciones en que nosotros nos chocaríamos las manos, ellos copularían. «Haz el amor y no la guerra» parece ser su lema (no los toméis como excusa, pues no están aquí para ser modelos de conducta, sino para sobrevivir y reproducirse). Y otra excepción muy notable está en los caballitos de mar en que es el macho quien pare a las crías. Sucede que un macho fecunda los óvulos de las hembras y después esta última los deposita en el interior del macho, quien los lleva consigo hasta que eclosionan. En este caso, como hay más hembras con huevos sin fecundar, son ellas quieren tienen que competir por los machos que no estén «preñados».

Otra pregunta que se plantea es: ¿en qué especies podremos intuir o suponer que hay selección sexual? Pues, sobre todo, cuando machos y hembras son muy diferentes. Existe una fuerte correlación entre los sistemas de apareamiento y en que macho y hembra sean muy diferentes. A este fenómeno se le llama dimorfismo sexual. Las especies en que machos y hembras son muy parecidos (gansos, pingüinos, loros, etc.) tienden a ser monógamas.

Llegados a este punto, seguro que os habréis preguntado ¿y nosotros? ¿somos monógamos o promiscuos por naturaleza? Esa cuestión no se le escapó a Bateman ni a Desmond Morris, famoso por su libro «El mono desnudo». Este último publicó un artículo en Playboy titulado «Darwin y la doble moral» en el que decía que el deseo masculino de tener múltiples compañeras sexuales era un factor inalterable de la naturaleza humana. La igualdad que exigía el movimiento feminista podía ser una bonita idea teórica, pero también podía tener la biología en contra.

A primera vista, el Principio de Bateman podría ser aplicable en nosotros, por lo menos, en lo que respecta a los números. El Libro Guiness de los Récords nos dice que el récord oficial de hijos de una mujer es de 69 y lo ostenta una campesina del siglo XIX que tuvo nada menos que 27 embarazos entre 1725 y 1745 alumbrando mellizos 16 veces, trillizos 7 veces y cuatrillizos 4 veces (parece que tenía algún tipo de predisposición). Pero este récord queda totalmente superado por el de un tal Mulay Ismail (1646-1727), emperador de Marruecos. Según dice el mismo libro, tuvo «al menos» 342 hijas y 525 hijos.

Parece lógico que, si queremos saber de nuestro comportamiento, observemos qué hacen los monos. Y, curiosamente, fueron las investigadoras de los años 1970 las que dieron con los primeros indicios de que el Principio de Bateman no era aplicable ni siquiera en ellos. Hasta entonces, los hombres siempre habían estudiado los espectaculares conflictos entre los machos, pero no se habían fijado en las hembras. ¿Y sabéis qué hacían mientras los machos se peleaban? Pues dedicarse a mantener relaciones sexuales. Es más; se descubrió que, desde los insectos hasta los chimpancés, las hembras casi nunca son fieles. Y que en la mayoría de las especies, las hembras resultaron ser más lascivas que santas y en lugar de aparearse una sola vez, copulan con varias parejas a menudo con muchas más de las estrictamente necesarias para fecundar a sus huevos.

En fin, amigas mías: que quizás haya algo de verdad en aquel tópico de que no hay quien os entienda (es broma… ¿o no?).

Fuentes:
«Una historia de la biología según el conejillo de indias», Jim Endersby
«Por qué la teoría de la evolución es verdadera» Jerry A. Coyne
«Destejiendo el arco iris», Richard Dawkins
http://www.lajornadamichoacan.com.mx/2008/11/11/index.php?section=cultura&article=014n1cul
http://en.wikipedia.org/wiki/Sexual_selection_in_human_evolution



Hay 10 comentarios a 'Selección sexual'

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  1. #1.- Enviado por: Jaime

    El día 27 de mayo de 2010 a las 11:52

    Creo que lo que viene a decir es que no podemos tratar a todos los animales de manera general 😛

    La seleccion natural se manifiesta de maneras muuuuy diferentes, y es que intentamos aplicar los mismos principios a un mono y a una lagartija. Y todavia creo que existe una cierta tendencia a meter la moralidad en las relacciones sexuales de los animales (por ejemplo, llamando santas y mujeriegos a los animales), y ya sabemos que sexualidad y moralidad nos condicionan…

    Interesantisimo post 😉

  2. #2.- Enviado por: Jaime

    El día 27 de mayo de 2010 a las 11:56

    Perdon, en lugar de manera general, queria decir de manera sencilla.

    Que no es lo mismo…

  3. #3.- Enviado por: Ñita

    El día 27 de mayo de 2010 a las 13:45

    ¡Me encanta este tema!, y como siempre ¡Me encanta como lo expresas, lo resumes y lo haces comprensible! 🙂
    Para mi, el Principio de Bateman tiene una grieta grave, que es que se detiene en la primera generación, cuando el impulso es la perpetuación de los genes.
    Ambrosio Garcia Leal, un autor que tampoco me gusta en exceso, lo explica muy bien, sin embargo, en «La Conjura de los Machos»:
    Las hembras seleccionan al «mejor macho» para combinarse con sus (recursos limitados), óvulos. ¿Y cual es el mejor macho? En un nicho ecológico que precise la colaboración de ambos miembros para sacar adelante a la prole, un macho monógamo y colaborador, por supuesto. Pero esta eleccion tiene un pequeño problema: Los hijos del sexo masculino, serán tambien monógamos y colaboradores, por lo que sus (virtualmente ilimitados recursos genéticos) espermatozooides, quedan confinados a un potencial similar al de los óvulos femeninos. Y con ellos, los genes de su madre. A la hembra no le interesa eso. ¿Y cual será entonces la combinación ideal? Pues un padre monógamo y colaborador, para asegurar la supervivencia de la prole, pero si es posible, un padre biológico de dicha prole «golfo» y polígamo, que hará que sus hijos también lo sean, extendiendo mucho más el potencial genético de su madre junto con el suyo.
    En cuanto a los nichos ecológicos en los cuales un solo progenitor es suficiente para asegurar la supervivencia de la prole, la selección sexual se ejerce por los propios machos entre si (peleas, danzas intimidatorias, exhibiciones…) al término de las cuales el ganador tendrá derecho a aparearse con varias hembras. Nótese que aquí las hembras lo aceptan sin ejercer selección, porque ya es el mejor candidato posible (sus hijos ganarán también las peleas) extendiendo los recursos genéticos de su madre.
    En resumen: Que los óvulos sean un recurso más escaso que los espermatozooides lo único que hace es que las hembras intervengan en su éxito genético a través de los espermatozooides de sus hijos, y no directamente, como los machos.
    Una vez más, felicidades por este rinconcito de la blogosfera.

  4. #4.- Enviado por: Maica

    El día 27 de mayo de 2010 a las 20:21

    Me ha encantado el post.
    Creo que no todo se puede aplicar a los humanos, no sólo por distancia filogenética, sino por la fuerte carga cultural que pesa sobre nuestros hombros.
    Yo me he preguntado muchas veces qué pasa con esa selección sexual, cuando ya se ha tenido descendencia. Con la longevidad actual, después de la menopausia se supone que aún queda mucha vida por delante, si se ha roto la pareja con la que se ha procreado y se quiere otra… el proceso de selección debe ser distinto.

  5. #5.- Enviado por: Malonez

    El día 27 de mayo de 2010 a las 23:35

    Gran post, lo debatiré con mi señora 🙂

  6. #6.- Enviado por: daniel

    El día 29 de mayo de 2010 a las 19:55

    Muy bueno, entendible y excelente un gran saludo de un macho copulador!

  7. #7.- Enviado por: tay

    El día 29 de mayo de 2010 a las 21:58

    Menudo resumen! muy bueno.

    Respecto a la idea de igualdad, siempre hay que tener en cuenta que debe ser una igualdad de oportunidades, pretender una igualdad fisiológica es un absurdo absoluto.

    Saludos!

  8. #8.- Enviado por: SavovicN1

    El día 30 de mayo de 2010 a las 09:27

    Ahhhhh las feministas… hasta la biología les niega la razón…
    Excelente post, me esta enganchando este blog.
    Saludos.

  9. #9.- Enviado por: omalaled

    El día 30 de mayo de 2010 a las 10:19

    Agradezco a todos los comentarios, como siempre, tan amables que me hacéis.
    Jaime: coincido contigo. Moralidad y sexualidad no los ponemos en animales. La pregunta es si deberíamos considerarlo moral o inmoral en nosotros mismos (teniendo en cuenta que si dos personas están de acuerdo en hacerlo, sea por amor, ganas o dinero, ¿donde está lo malo?)
    Ñita: ¡mádre mía! ¡qué rebuscado! O sea, que las hembras quieren tener descendencia golfa, que el macho también lo sea, pero que ala vez sea monógamo… ¡pero que los hijos no lo sean! 🙂 Reconozco que darwinianamente hablando es impecable.
    Maica: pasada la época de reproducción, lo que nos queda, nos guste o no, es lo que fuimos del pasado. Quiero decir, que lo que suceda después de haber tenido y criado hijos con nuestra sexualidad no tiene importancia reproductora (otra vez, en el sentido darwiniano, claro está). Lo que hemos de hacer es disfrutar de la vida 🙂
    Malonez: eso… coméntalo y explícanos después cómo ha ido 🙂
    daniel: ¡ah! si eres macho copulador, entonces… eres la competencia 🙂
    tay: creo que es muy acertado lo que dices: no es lo mismo igualdad de oportunidades que igualdad fisiológica. La pregunta ahora sería: ¿hay igualdad psicológica?
    SavovicN1: muchas gracias.

    Salud!

  10. #10.- Enviado por: mell

    El día 31 de mayo de 2010 a las 16:36

    Hola!

    Hace poco descubrí este blog un poco por casualidad, y me ha hecho bastante gracia esta ultima entrada.

    Y lo que me resulta paradójico es:
    En fin, amigas mías: que quizás haya algo de verdad en aquel tópico de que no hay quien os entienda (es broma… ¿o no?).

    Pero ¿para que nos queréis entender? Si para copular no hace falta entender nada, ahora bien puede ser que os interese entendernos como recurso para copular con nosotras, pero entonces volvemos a lo mismo, no hace falta entender nada, se puede jugar a lo mismo de siempre con la excusa de entender y si la otra persona quiere pues accederá o no. Ahora, puede que no sea sólo ese el tipo de interés, entonces no es nada de eso, sino que puede ser que también nos guste un poco de cariño de vez en cuando a todos.

    En fin, como diría una amiga, entender a las personas es tanto o más dificil que entender la ciencia…

    Un saludo

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