Zapatero, a tus zapatos
No, no quiero hablar de política, como podríais sospechar dado el asombroso parecido entre la primera palabra del título del artículo y un famoso personaje en la política de nuestros días. Tampoco quiero reprender nada a nadie, dada la intención con la que suele ir esta expresión. Y es que hoy quiero hablaros precisamente de zapateros y de zapatos. Os cuento dos historias.
La primera sobre John Lobb, un granjero de Cornualles (el lugar cuyo condado ostenta la esposa de Carlos, Príncipe de Gales). Llegó a Londres a finales del siglo XIX, y se convirtió en el artesano-zapatero más famoso de la ciudad, hasta el punto de que el entonces Príncipe de Gales, después Eduardo VIII, no dudó en acudir a su taller a calzarse. La marca se convirtió así en sinónimo de calidad y elegancia. Con el tiempo cuidó y mimó los pies de reyes, príncipes, maharajás, aristócratas, políticos, hombres de negocios, escritores, tenores, etc. Pero mejor doy nombres: Mohamed Bin Rachid, el príncipe Carlos de Inglaterra, Daniel Day-Lewis, Tom Cruise, Oscar Wilde, Caruso, Alfred Hitchcock, etc.
Vosotros podéis tener unos zapatos de estos no hechos a medida, siempre y cuando estéis dispuestos a pagar entre 700 y 1.000 euros. Los hechos a medida pueden llegar a costar unos 3.500 euros.
Lo primero que hacen en la casa, después de tomar las medidas de los dedos, del talón, del empeine, de la planta y a saber qué más, es fabricar un molde de madera. A medida que pasen los años se irá modificando, pues aunque el pie es de lo que menos cambia, con el tiempo sí se puede deformar. Esta horma permanecerá en la casa para sucesivos encargos. Como curiosidad, en la mítica tienda londinense de St. James conservan las hormas de Eduardo VIII y del maharajá de Jaipur (y creo que en un programa de TV dijeron también que tenían las de Charles Chaplin y, además, una auténtica biblioteca de hormas de gente famosa).
No obstante, esto os lo contaba porque había visto muy curioso que en una zapatería tengan unos moldes de madera de los pies de sus clientes. Pero la historia de John Lobb queda, en mi opinión, ensombrecida por la de nuestro siguiente personaje. Pero vayamos al principio.
Hasta la primera década del siglo XIV ni siquiera la realeza podía adquirir calzado según medidas estándar. Incluso los zapatos más caros hechos a medida podían variar en tamaño de un par a otro.
En 1305 el monarca Eduardo I decretó que, para conseguir un nivel de precisión en ciertos oficios, una pulgada debía ser considerada como la longitud de tres espigas de cebada, secas y puestas a continuación una detrás de otra. Un zapato de niño que midiera trece espigas de cebada pasó a ser considerado número 13 y así se pedía en la tienda.
Aunque los zapatos confeccionados para pie derecho e izquierdo habían dejado de existir después de la caída del Imperio Romano, reaparecieron en Inglaterra en el siglo XIV. Por aquella época aparecieron los zapatos con puntas extremadamente largas y finas. La moda llegó al extremo que Eduardo III de Inglaterra promulgó una ley que prohibía que las puntas se alargaran dos pulgadas más allá del dedo gordo. Y es que existían puntas de medio metro y los usuarios tropezaban con sus mismos pies.
Los tacones no entraron de golpe, sino que fueron subiendo poco a poco. Esta tendencia se inició en Francia en el siglo XVI y, en un principio, los llevaron los hombres. La ventaja de un tacón alto era que se enganchaba bien a los estribos y fueron las botas de montar, precisamente, las primeras que lo adoptaron. Por otro lado, las deposiciones humanas por las calles eran un problema y esas botas daban unos centímetros de protección.
Luis XIV, el rey Sol, compensó su baja estatura añadiendo varios centímetros a sus tacones. Nobles y damas, cómo no, siguieron al monarca y empezó un crecimiento en su altura, lo que obligó al monarca, a su vez, a incrementar más los suyos. En el siglo XVIII la elevación de los tacones podía llegar hasta los ocho centímetros.
William Scholl era un adolescente que vivía fascinado por los pies y por los cuidados que estos exigían. Nacido en 1882 en una familia de 13 hermanos, pasaba horas remendando zapatos para su numerosa familia, empleando para ello un recio cordel que él mismo preparaba.
Demostró tanta habilidad que a los 16 años lo colocaron como aprendiz de zapatero local. Un año más tarde se trasladó a Chicago para trabajar en su oficio y allí, mientras reparaba y vendía calzado, advirtió hasta qué punto era grave el problema de los juanetes, ojos de gallo y pies planos que afectaba a sus clientes. Llegó a la conclusión que ni médicos ni zapateros hacían nada para remediarlo. Decidió, de esta manera, emprender él mismo esta nueva tarea.
Trabajaba por el día como vendedor de calzado y por la noche asistía a los cursos de la Escuela Médica de Chicago. Recibió el título con 22 años en 1904 y aquel mismo año patentó su primera plantilla para el arco del pie. La popularidad del mismo condujo a la formación de toda una industria dedicada al cuidado de los pies.
Convencido de que conocer los cuidados que los pies exigían era esencial para vender sus almohadillas y parches, creó un curso de podología por correspondencia para empleados de zapatería. Después constituyó un equipo de consultores que viajaban por el país dando conferencias sobre el mantenimiento adecuado de los pies.
Decía que los pies defectuosos eran tan comunes en el país porque tan sólo un americano de cada cincuenta caminaba debidamente. Recomendaba andar tres kilómetros diarios «con la cabeza alta, el pecho salido y los dedos de los pies dirigidos hacia delante» y aconsejaba usar dos pares de zapatos al día para que cada uno de ellos pudiera secarse debidamente.
En 1915 publicó The Human Fot: Anatomy, Deformities and Treatment, dirigido a los médicos y una guía más general en 1916 titulada Dictionary of the Fot.
Esta técnica de «acostarse temprano, madrugar, trabajar incansablemente y anunciarse» le brindó mucho dinero a largo plazo pero, en un principio, sus anuncios en los que aparecían pies descalzos suscitaron numerosas quejas porque la gente consideraba indecente mostrar en público unos pies cubiertos tan sólo por unos parches o una almohadilla.
En 1916 desencadenó una auténtica revolución nacional al patrocinar el Concurso del Pie de la Cenicienta. Se trataba de premiar los pies femeninos más perfectos de América, lo que atrajo a decenas de miles de mujeres a las zapaterías de sus pueblos y ciudades. Los pies que entraban en concurso eran examinados y medidos con un dispositivo que había creado el mismo Scholl. Con dicho dispositivo se trazaba una plantilla.
Un equipo de especialistas seleccionó a la Cenicienta y la huella del pie ganador fue reproducida en muchos de los periódicos y revistas del país. Tal como Scholl había esperado, miles de mujeres americanas compararon sus imperfectos pies con el ideal nacional y se precipitaron a las farmacias, grandes almacenes y tiendas de barrio para comprar los paquetes azules y amarillos del doctor Scholl.
El resto hasta nuestros días, es historia.
William Scholl murió en 1968 a la edad de 86 años. Hasta el último momento mantuvo que si muchas personas se jactaban de no olvidar nunca una cara, él lo hacía de no haber olvidado nunca un pie.
Fuentes:
«Las cosas nuestras de cada día», Charles Panati
http://www.sibaritissimo.com/john-lobb-el-sastre-de-los-zapatos http://www.elcomerciodigital.com/prensa/20070106/sociedad/zapatos-reyes_20070106.html
http://www.drscholls.com
El día 1 de julio de 2008 a las 11:03
Muy bueno, me ha hecho mucha gracia.
Un par de cosillas:
1) ¿No sería más correcto hablar de «hormoteca» y no de una «biblioteca de hormas»? Claro que como el palabro «hormoteca» seguro que no existe, igual queda peor todavía que biblioteca. En fin.
2) En el nombre del libro del Dr.Scholl supongo que será «Foot» en lugar de «Fot». No me suena que Fot sea una palabra inglesa de uso normal.
Saludos
El día 1 de julio de 2008 a las 18:17
Esta historia esta tan buena como la de los primers tenis.
Como siempre excelente blog.
El día 1 de julio de 2008 a las 19:51
Dónde está la historia de los primeros tenis Alex? 🙂
Bastante ingeniosa la idea del concurso de cenicienta.
El día 2 de julio de 2008 a las 02:49
Macluskey: he buscado la palabra en el diccionario, pero no la he encontrado. ASí que, por el momento nos tendremos que conformar con «biblioteca de hormas».
Y sí, Fot es foot (pie en inglés) y lo he puesto mal. Lo corrijo. Gracias
Alex2.0: estoy con Marfil… quiero el enlace 🙂
Salud!
El día 2 de julio de 2008 a las 13:30
Hombre, es que biblioteca suena bastante raro, porque hace referencia expresa a libros. Mejor sería «colección» o «registro» de hormas. No sé.
Por lo demás, inetresantísimo. Una de esas historias de ingenio y trabajo duro que terminan por cambiar el mundo tal como se conocía hasta ese momento.
El día 3 de julio de 2008 a las 01:56
Ahskar: muchas gracias. Si te ha gustado este, que sepas que estoy preparando uno sobre quizás el primer viaje serio de un coche en la historia. Creo que también te gustará.
Salud!
El día 3 de julio de 2008 a las 13:43
Hola a todos, después de leeros y releeros me decido a escribir en este maravilloso blog tuyo omalaled 🙂
Genial la historia hoy contada de como un hombre se hace a sí mismo, siguiendo sus ideas e impulsos de curiosidad, genial este Scholl.
La historia de los piés de Cenicienta sería premio de marketing hoy día en cualquier lugar o universidad… seguro xD