La tregua

Publicado el 13 de noviembre de 2007 en Libros por omalaled
Tiempo aproximado de lectura: 6 minutos y 17 segundos

Hoy me vuelvo a apartar de la ciencia para hablaros de la segunda parte de la trilogía de Primo Levi. Ya os hablé de la primera donde narraba su historia en un campo de concentración alemán.

Este libro toma el hilo donde lo deja en la primera parte, la liberación del campo, y narra las peripecias desde entonces hasta poder volver a Italia. No impacta tanto como el primero ni tiene la misma intensidad. En el primero, el lector queda estremecido pero este segundo, al menos, la lectura no es tan angustiante. Es la lucha por la supervivencia pero no tan fuerte.

Aun así, las vidas siguen no siendo fáciles y cuando se está en estas situaciones se entra otra faceta del ser humano: la picaresca, el ser más listo que los demás sin importar demasiado de si lo que se hace está bien o mal. Y es que cuando hay necesidad, la frontera entre lo que está bien y lo que está mal queda muy difusa. Ese es el trasfondo que todo el rato va teniendo la narración.

Al igual que en la primera parte, la filosofía tanto suya como las de los personajes que se encuentra por el camino es de lo más inesperado. Por ejemplo, nos cuenta el caso de Henek. De niño había vivido en Transilvania, en la frontera con Rumanía. Iba muchas veces al bosque a cazar con su padre. Ambos iban armados.

– ¿Por qué armados? ¿Para cazar? – preguntaba Levi.
– Si, también para cazar; pero también para disparar a los rumanos.
– ¿Y por qué les disparaban a los rumanos?
– Porque son rumanos. También ellos, de vez en cuando, nos disparaban.

Lo habían cogido preso y lo habían deportado a Auschwitz con toda su familia. A los demás los habían matado en seguida y declaró a las SS que tenía 18 años y era albañil, cuando en realidad tenía 14 y era estudiante. Gracias a ello, le ingresaron en Birkinau donde insistió en su verdadera edad y le asignaron al Block de los niños. Como era el mayor de todos se convirtió en su Kapo.

En Birkinau, los niños eran aves de paso: después se les transfería al Block de los experimentos o directamente a las cámaras de gas. Henek se había percatado de la situación y estableció una relación con un influyente Häftling húngaro sobreviviendo así hasta la liberación. Cuando había selecciones en el Block de los niños, era él quien elegía. Levi le preguntó si no sentía remordimientos:

– No
– ¿Por qué?
– ¿Es que había otra manera de sobrevivir?

Otro de los aprendizajes que espero que nunca tenga que ser llevado a la práctica por ninguno de nosotros: no tener zapatos es una falta muy grave. Cuando hay guerra hay que pensar en dos cosas antes que nada: en primer lugar, los zapatos, en segundo, la comida; porque quien tiene zapatos puede salir en busca de comida, mientras lo inverso no es verdad.

La mayor parte de la historia sucede en Rusia y salen curiosos trabajos y un especial humor que, en tiempos de paz, sería difícil encontrar:

(…) El encargo era poco atractivo: teníamos que recorrer todos los barracones y decirle a todo el mundo que se desnudase de medio cuerpo para arriba y nos enseñase la camisa, en cuyos pliegues y costuras los piojos suelen hacer sus nidos y poner huevos. Ese tipo de piojos tiene una manchita roja en el dorso: según una broma que repetían incansablemente nuestros pacientes, si se las observase con la luz apropiada, se vería que estaba formada por una hoz y un martillo. Decían también que eran la «infantería» mientras que las pulgas eran la «artillería», los mosquitos «la aviación», las chinches «los paracaidistas y las cucarachas «los zapadores».

Afirma que, aunque la comida no era escasa, después de un año en el Lager, tenían un hambre incontrolada y en buena parte psicológica.

Algunas descripciones de lugares por donde pasaban dan escalofríos:

(…) A cada paso nos topábamos con los vestigios de la tragedia desmesurada que nos había rozado y no nos había destruido por puro milagro. Tumbas en todas las encrucijadas, tumbas mudas y apresuradas, sin cruces pero coronadas por la estrella roja, de los militares soviéticos muertos en combate. Un inmenso cementerio de guerra en un parque de la ciudad, cruces y estrellas entremezcladas, y casi todas de la misma fecha: la fecha de la batalla (…) Ruinas por todas partes, esqueletos de cemento, vigas de madera carbonizada, barracones de chapa, gente harapienta, con aspecto salvaje y famélico.

También se encontró en Polonia con una «viejecilla arrugada» que les trató con algo de desprecio hasta que le dijeron que habían estado en Auschwitz. Al momento, la viejecilla cambió su expresión. Resulta que era alemana y que en 1935 la Gestapo se había llevado a su marido. Nunca había vuelto a saber de él. En 1938, cuando Hitler había anunciado que quería declarar la guerra, la mujer había enviado una carta personalmente «Al Señor Adolf Hitler, Canciller del Reich, Berlín», en la que le aconsejaba firmemente no declarar la guerra porque podía morir demasiada gente y que si la declaraba la perdería, porque Alemania sola no podía enfrentarse al mundo entero.

Cinco días después la Gestapo le registró la casa destrozándola y saqueándole la tienda que tenía, le retiraron el permiso, pero no encontraron nada, pues ella no estaba metida en política. Le dijeron que era una cabra vieja y estúpida y que merecía la horca, pero que hubiera sido desperdiciar la cuerda. Finalmente la habían expulsado de Berlín.

En una ocasión, junto a un compañero llamado Daniele, encontraron unos alemanes que habían sido hechos prisioneros y más tarde los habían abandonado a su suerte. Dichos alemanes se acercaron a ellos y les pidieron pan. Daniele se lo negó. Los alemanes habían matado a su mujer, su hermano, padres y no menos de 30 parientes y él era el único superviviente de la razia del gueto de Venecia. Sacó un trozo de pan, se lo enseñó a los alemanes y lo puso en el suelo. Quiso que vinieran a buscarlo arrastrándose a cuatro patas. Lo hicieron.

También habla de lo que es capaz de llevarse un ejército en retirada:

Amaneció un día espléndido, y sólo entonces nos dimos cuenta de que habíamos pernoctado en el patio de un teatro y de que nos encontrábamos en un extenso complejo de cuarteles soviéticos derruidos y abandonados. Todos los edificios habían sido además sometidos a una devastación y expoliación germánicamente meticulosa: los ejércitos alemanes en retirada se habían llevado todo lo que era posible llevarse: las cerraduras, las verjas, las balaustradas, todo el sistema de iluminación y de calefacción, las tuberías y hasta los postes de la cerca. Habían sacado hasta el último clavo de las paredes. De un empalme ferroviario que había al lado habían arrancado las vías y los travesaños: con una máquina adecuada, nos dijeron los rusos.

El tren en el que lo transportaron tenía más de medio kilómetro de largo y estaba en unas condiciones desastrosas, al igual que las vías. La escolta estaba formada por siete soldados de 18 años y, aunque iban armados hasta los dientes, pronto se paraban mucho tiempo en los dos vagones de familias del convoy. Les encantaba jugar con los críos. Acabaron tomando aquellos vagones como domicilio diurno (por las noches dormían en un vagón aparte). Eran corteses y serviciales: ayudaban a las madres a traer agua y les traían leña para las estufas.

En el mismo viaje de vuelta, pasó por tierras alemanas viendo algunos hombres que habían sido soldados:

Ninguno nos miraba a los ojos, ninguno aceptó el desafío: eran sordos, ciegos y mudos, pertrechados en sus ruinas como en un reducto de voluntaria ignorancia, todavía fuertes, todavía capaces de odio y de desprecio, prisioneros todavía del viejo complejo de soberbia y culpa.

Al volver finalmente a Italia, nos recuerda que de los 650 exiliados que habían salido 20 meses atrás, sólo habían vuelto tres. Cuando llegó a casa le costó que le reconociesen. Nadie le esperaba. Sólo después de muchos meses dejó de caminar mirando al suelo, como buscando algo que comer o poder cambiar por pan. Experimentaba angustias, como sensaciones de peligro que se aproximaba y soñaba con que estaba de nuevo en el Lager.

En fin, tal y como el primero lo recomendaba como un gran libro, este segundo sólo lo recomiendo a quien esté interesado en las situaciones de la posguerra y de la psicología humana en esa situación.

Portada del libro

Título: «La tregua»
Autor: Primo Levi

Otras opiniones del libro:
http://www.fnac.es/dsp/?servlet=extended.HomeExtendedServlet&Code1=4002757772&Code2=228&prodID=365525
http://www.sedice.com/modules.php?name=Forums&file=viewtopic&p=924071
http://actimoliner.wordpress.com/2007/04/11/153/



Hay 5 comentarios a 'La tregua'

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  1. #1.- Enviado por: rfm

    El día 13 de noviembre de 2007 a las 10:06

    una maravilla. ahora a por «los hundidos y los salvados».

    saludos

  2. #2.- Enviado por: Paquito

    El día 13 de noviembre de 2007 a las 12:23

    Estoy sin palabras y con la piel de gallina (madre de mi vida ¡Qué historias!)…

    Es impresionante como el ser humano es capaz de hacer las cosas más bellas y, al mismo tiempo, las cosas más terribles que uno pueda albergar en su cabeza…

    Tremendo…

    Mil gracias por el review del libro y un cordial saludo,

    Paquito.
    http://paquito4ever.blogspot.com

  3. #3.- Enviado por: pamela

    El día 13 de noviembre de 2007 a las 19:16

    vaya, desconocia totalmente el libro!! solo habia leido «si esto es un hombre» de Levi, y la verdad es que me impacto muchisimo
    buscare los otros libros

  4. #4.- Enviado por: omalaled

    El día 14 de noviembre de 2007 a las 00:57

    : a por él 🙂 Todavía tengo una larga cola antes …
    Paquito: gracias a ti.
    pamela: son tres. El que tú nombras, el del artículo y el que dice rfm en el comentario anterior. Aparte tiene otro sobre la tabla periódica.

    Salud!

  5. #5.- Enviado por: Martín

    El día 14 de noviembre de 2007 a las 01:16

    Es increíble lo que el hombre puede ser capaz de hacer. Por lo que has descrito este es un gran libro, pero no siento ganas de leerlo: tengo interés pero no el coraje; me da escalofríos.

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