La radio y la suerte
En muchas situaciones, en la vida como en la ciencia, la suerte juega un papel fundamental. Cuando dos rivales científicos se enfrentan en una teoría, cada uno con sus argumentos, con resultados diferentes en un posible experimento solo uno puede tener razón … o tal vez, ninguno. Eso es lo que sucedió allá por el año 1901 y sobre ello versa nuestra historia de hoy.
Uno de nuestros protagonistas es Jules Henri Poincaré (1854-1912). Ha sido descrito como el último matemático universalista, o sea, que podía contribuir en todas las ramas de las matemáticas. De hecho, fue uno de los mejores alumnos en casi todas las materias que estudió. Su profesor decía de él que era «un monstruo de las matemáticas». Podía leer a una velocidad increíble; es más, cualquier cosa que leía quedaba grabada en su memoria. Excedía incluso al mismísimo Euler en retentiva y capacidad de recordar. Era especialmente bueno en memoria espacial y citaba con exactitud cualquier página y línea donde se hiciera alguna afirmación particular a la que quisiera hacer referencia. Otra de sus singularidades, explicable quizás por su vista defectuosa, era su habilidad para aprender teoremas y pasajes matemáticos sólo escuchándolos y no leyéndolos, al revés de lo que sucede con la mayoría de los matemáticos. Desarrolló esta facultad especial en la escuela donde, incapaz de ver bien la pizarra, se sentaba detrás del todo y escuchaba con atención, a la vez que iba memorizando las explicaciones sin necesidad de tomar apuntes de ningún tipo.
Fue discípulo de Charles Hermite, trabajó en mecánica celeste y en el problema de los tres cuerpos, lo que le valió un premio concedido por el rey Óscar II de Suecia. Hizo trabajos teóricos sobre las mareas y las esferas fluidas en rotación, fue uno de los primeros en comprender la teoría de la Relatividad de un desconocido joven llamado Albert Einstein y en edad más madura escribió diversos ensayos sobre la facultad creadora en matemática. En fin, un genio sin el menor género de dudas.
Sin embargo, hoy os quiero hablar de uno de sus errores que, en realidad, no lo fue. No tenía la culpa: no podía saber en aquel momento una cosa que sabemos hoy y que tiene relación con el invento de la radio.
Históricamente, la primera persona que hizo un sistema capaz de transmitir y recibir un mensaje telegráfico sin hilos fue el profesor y físico ruso Alexander Stepánovich Popov, hijo de un sacerdote que abandonó sus planes de ser también sacerdote para dedicarse a las matemáticas. En 1894 (por lo tanto, un año antes de Marconi) ya había construido el primer receptor capaz de detectar las ondas electromagnéticas que presentó el 7 de mayo de 1895 ante la Sociedad Rusa de Física y Química. El 24 de marzo de 1896, hizo lo propio con un sistema completo de recepción-emisión de los mensajes telegráficos consiguiendo así de transmitir el primer mensaje sin hilos entre dos edificios de la Universidad de San Petersburgo situados a distancia de 250 metros. El texto del primer mensaje telegráfico fue: «HEINRICH HERTZ». Fue, además, el primero en utilizar una antena.
Pero quien desarrolló comercialmente la radio fue Guglielmo Marconi. Empezó enviando mensajes a pequeñas distancias y poco a poco las fue alargando. En 1895 envió una desde su casa a su jardín y más tarde llegó a 1 km. En 1896 se trasladó a Inglaterra y envió una señal que llegó hasta unos 15 km de distancia. Por entonces estaba empezando a comercializarse su sistema. El ya anciano Lord Kelvin pagó para enviar un «marconigrama» al aún más anciano George Gabriel Stokes. Fue el primer mensaje de la historia transmitido de forma comercial.
Y es en este momento en el que entra en escena Henri Poincaré. Por aquella época publicó en el anuario del Bureau des Longitudes de París una noticia respecto al telégrafo sin cables donde aseguraba que el alcance útil de las ondas de radio no superaría los 300 km. Podemos pensar hoy que Poincaré estaba absolutamente equivocado. Al contrario: tenía toda la razón. Dejadme que os intente explicar por qué.
Si alguna vez os preguntan a qué altura está el horizonte, la respuesta debería ser inmediata: a la altura de nuestros ojos. Nunca está allá abajo o allá arriba: siempre a la altura de nuestros ojos. ¿Por qué? Os lo muestro con el siguiente dibujo (no sin antes disculparme por mi absoluta falta de gusto y estética Actualización: Marfil me ha hecho un dibujo mejor. Gracias).
Cuando miramos al horizonte, en realidad, trazamos una tangente a la Tierra. Pero si la luz y el electromagnetismo eran una misma cosa, tal como decían las ecuaciones de Maxwell, era imposible llegar más allá debido a la curvatura de nuestro planeta. Las ondas de radio son de mayor longitud de onda (varios metros) que las ondas del espectro visible (0,8 milésimas de mm). En virtud de la diferencia entre sus longitudes de onda, la luz no puede salvar apenas obstáculos, sino que es detenida hasta por el más pequeño; pero las ondas de radio podían «rodear» dicho obstáculo y llegar más allá.
Después de hacer sus números Poincaré llegó a la conclusión que la difracción no compensaría la curvatura de la Tierra y de ahí obtuvo ese máximo de unos 300 km. No era un impedimento técnico sino un impedimento teórico. Pero (y aquí hay un importante «pero»), por otro lado, Marconi había conseguido ponerse en contacto más de una vez con barcos que superaban la línea del horizonte. Basándose en esta experiencia, afirmaba que las ondas de radio se comportaban como ondas «guiadas», o sea, adheridas a nuestro planeta por la conductividad de la corteza terrestre y la del mar. Incluso llegó a dibujar esta idea en un gráfico donde se ve una antena que emite ondas que dan un gran salto, llegan a la Tierra y luego vuelven a saltar. Rigurosamente hablando, la idea no era tan descabellada, pero el problema es que la conductividad de la Tierra es muy reducida para lograr hacer lo que pretendía Marconi.
El debate estaba servido. ¿Quién de los dos tenía razón? El juez, en estos casos, es la experimentación. El 12 de diciembre de 1901, Marconi estaba sentado en San Juan de Terranova (Canadá) a las 12:30 con los auriculares puestos esperando recibir los tres puntos en código Morse de la letra «S» que tenía que ser transmitida por uno de sus ayudantes desde Poldhu (Cornualles) a 3.360 km atravesando el océano … y los recibió con toda claridad. Así que esta fecha puede ser considerada como fundamental para el nacimiento de la radio, aunque en aquel momento sólo podían transmitirse mensajes por código morse.
¿Qué había podido suceder? ¿Dónde estaba el error de Poncaré? Algunos científicos llegaron a creer en las tesis de Marconi, pero al año siguiente llegaron Oliver Heaviside y Arthur Edwin Kennelly y dieron con la explicación correcta.
Resulta que en la Tierra tenemos atmósfera. Gracias a ello, nuestro planeta tiene una agradable temperatura para la vida, pues de no existir, estaríamos sometidos a unas medias de 50ºC bajo cero. Nos aísla de las partículas que corren por el espacio como si fuera un bloque de hormigón de 4,5 km de grosor. Pero en proporción tampoco es muy gruesa. Si la Tierra fuera del tamaño de uno de esos globos terráqueos de mesa, su grosor sería del de un par de capas de barniz.
Desde el nivel del mar hasta unos 16 km de altura tenemos la troposfera que es donde se genera el clima. Desde allí hasta hasta unos 50 km de altura tenemos la estratosfera. Por encima de esos 50 km encontramos la mesosfera. Aunque allí la atmósfera es extraordinariamente tenue, todavía hay moléculas para ofrecer resistencia y es allí donde arden los meteoritos. También es donde los cristales de hielo forman las nubes más altas, iluminadas por el sol que se ha ocultado bajo el horizonte cuando oscurece. Así hasta unos 80 km de altura. Pues bien, por aquellas zonas está la ionosfera que actúa como un espejo para las ondas de radio. Es gracias a ella, también, que podemos disfrutar de las auroras polares.
Ahí estaba, pues, la clave: la existencia de la ionosfera a la que hoy se le llama también capa de Kennelly-Heaviside y cuya existencia real se comprobó en 1925. Ni Poincaré ni Marconi podían haber sospechado su existencia. De no haber existido, esas ondas jamás hubieran llegado a Terranova y, efectivamente, las señales de Marconi no podrían haber superado los 300 km de distancia.
Y lo que son las cosas. Aunque no hubiera existido y no hubiera llegado la señal, seguro que Marconi se hubiera hecho igualmente rico. Pero ese golpe de suerte le hizo ganar un premio Nobel en 1909, cuando en realidad su tesis estaba equivocada y el pobre Poincaré, que tenía razón y cuyos méritos científicos fueron mucho mayores que los de Marconi, se quedó sin él.
Que luego digan que la suerte no juega un papel clave en algunas situaciones.
Fuentes:
«El genio incomprendido», Federico di Trocchio
«Historias curiosas de la ciencia», Cyril Aydon
«Enciclopedia Biográfica de Ciencia y Tecnología (Tomo III)», Isaac Asimov
«Una breve historia de casi todo», Bill Bryson
http://www.deseoaprender.com/LeyesPerspectiva/Lecc1LeyesPerspect.htm
http://www.geocities.com/grandesmatematicos/cap28.html
El día 23 de octubre de 2006 a las 00:50
Como siempre muy interesante. Te leo desde hace un tiempillo, con otro nombre. Me he animado a comenzar un blog sobre ingeniería (un poco por tu culpa, o mejor dicho, gracias a tí) y he adoptado la personalidad de una mujer estudiosa.
Estoy muy lejos de ambos (de tí y de Sophie) pero le echaré ganas.
(Perdona por la intrusión y muchos ánimos)
El día 23 de octubre de 2006 a las 01:12
Nada de intrusión. Al revés, me alegro haber incentivado tu agónica decisión de escribir un blog sobre ingeniería.
De Sophie Germain la mayoría de los mortales estamos muy lejos, pero de mí … cualquiera puede hacer lo que yo hago.
Salud!
El día 23 de octubre de 2006 a las 07:16
Una preciosa historia, y muy instructiva. Todos conocemos a Marconi, pero pocos sabeis quien era Popov. La fama no siempre es prorcional a los meritos, y menos en estos tiempos
El día 23 de octubre de 2006 a las 08:57
Me ha qeudado una duda. Dices qeu Popov envió un mensaje en 1896 (un año antes que Marconi), pero que este lo hizo en su jardín y con distancias de hasta un kilómetro en 1895. Puesto así, parece qeu fue antes Marconi.
T
El día 23 de octubre de 2006 a las 10:12
¡Ay, ay, ay! Tienes razón, Topi. Popov había construido el primer receptor en 1894 y lo presentó en 1895. De ahí el año antes, pero es que se me ha colado ese detalle. No sólo está en la wikipedia sino que también sale en algún libro (no recuerdo cuál) de los citados en fuentes. Lo corrijo. Gracias.
Gracias, Consumidor. Muchos, muchos rusos han quedado en el anonimato.
Salud!
El día 23 de octubre de 2006 a las 10:20
Mira, te he hecho un dibujo mejor 🙂
Si no lo colocas me quejaré, es broma, tal vez no te convenza del todo.
http://img142.imageshack.us/img142/1790/horizonteex0.jpg
La historia simplemente genial.
El día 23 de octubre de 2006 a las 10:20
Un apunte: los mecanismos de propagación de la señal dependen de la frecuencia. Copio y pego de mis apuntes de Radiación y Propagación (pdf)
– En VLF (3 kHz-30 kKHz) el suelo y la Ionosfera se comportan como buenos conductores. Como la distancia h que los separa (60-100 km) es comparable con la longitud de onda en esta banda (100 km- 10 km), la propagación se modela como una GUÍA ESFÉRICA con pérdidas.
– En las bandas LF y MF aparece una onda de superficie que se propaga en la discontinuidad tierra-aire, adaptándose a la curvatura del terreno. Las antenas habituales son monopolos verticales, apoyados en tierra, con alturas entre 50 y 200 m que producen polarización vertical. El alcance es función de la potencia transmitida y la frecuencia:
– LF: hasta 2000 km
– MF: hasta 300 km
– HF: hasta 50 km
– Las «reflexiones ionosféricas» (realmente refracciones) se producen en las bandas de MF y HF (0.3 MHz-30 MHz). El alcance para un solo salto varía entre:
– MF: 0 a 2000 km (noche)
– HF: 50 a 4000 km (día y noche)
– Para las frecuencias de VHF y superiores, para las que la ionosfera se hace transparente, la propagación en espacio libre es modificada por el suelo (reflexión y difracción) y por la troposfera (refracción, atenuación y dispersión).El alcance es muy variable: desde las decenas de km a los 40.000 km en comunicaciones por satélite y millones de km en comunicaciones de espacio profundo.
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El caso que nos ocupa seguramente fuera el de propagación por onda guiada tierra-ionosfera (seguramente la frecuencia sea baja –VLF– ¿tienes los datos?), de modo que, aunque el «espejo» de la ionosfera es importante, no lo es menos el efecto de la superficie terrestre. De modo que todos llevaban parte de razón…
Un saludo,
Pablo
El día 23 de octubre de 2006 a las 10:28
Muy bueno el apunte, Hairanakh. Pues no lo sé. A ver si puedo encontrar algo más de ello.
Salud!
El día 23 de octubre de 2006 a las 11:55
Tu post de hoy, Omalaled, me ha hecho pensar que tal vez nuestro lenguaje es incompleto. Me explico.
Cuando un científico elabora una hipótesis que se demuestra incierta, decimos que se equivocó. Pero hay dos tipos de equivocación muy diferentes. Está el error que comete quien, disponiendo de todos los datos, aún así yerra. Y luego están buena parte de los errores de la Historia de la ciencia, cometidos por personas que carecían, por así decirlo, de las herramientas o conocimientos para poder no errar.
Por decirlo de otra forma: ¿cuántos Kepler nacieron antes de Kepler? O, ¿acaso no es Ptolomeo el Kepler de su tiempo? Con el nivel de conocimientos y la capacidad de observación de los tiempos ptolemaicos, ¿se podía haber escrito otro libro más genial que el Almagesto?
Creo que el simple sustantivo «error» comete el ídem de meter en el mismo saco a quien erró por inconstante (o por asno) y quien lo hizo inevitablemente.
El día 23 de octubre de 2006 a las 13:32
Hairanakh: he estado buscando por internet y tiene toda la pinta que la frecuencia fuera del orden de MHz, Lo he visto aquí. Parece que hablamos de HF. Y también he visto otra cosa curiosa y es que hubo follones con la patente entre Tesla, Marconi y Popov. (más aquí … excarvas un poco y sale de todo 🙂
JdJ: quizás el fallo está en nuestra forma de expresarnos. Según la RAE, equívoco es «Que puede entenderse o interpretarse en varios sentidos, o dar ocasión a juicios diversos» y error, aunque utiliza también un derivado de equívoco, parece más el contrario de acierto.
En este caso, habría que decir que estaban equivocados y no que habían cometido un error.
Pero cuidado: no soy de letras y mi juicio es puramente subjetivo después de mirar en la RAE 🙂
Salud!
El día 25 de octubre de 2006 a las 00:36
La verdad es que a mí lo que me ha dejado in albis de todo el texto ha sido el comentario de ¿a qué altura vemos el horizonte?. La verdad es que nunca, nunca me lo había preguntado, y la respuesta un tanto antiintiuitiva de omalaled me ha dejado con esa duda que he tenido que resolver por mí mismo para autoconvencerme. Así, sabiendo que Poincaré calculó el límite de emisión efectiva de radio en 300 kms, usé dicho dato como punto en el que el ojo humano es capaz de percibir el horizonte. Luego con un simple cálculo y suponiendo una altura hasta los ojos de 1,70 m, y suponiendo también la superficie de la Tierra hasta una distancia de 300 kms como «plana», se deduce que el ángulo formado entre la línea visual y la de la tierra es casi nulo (sería nulo, es decir, que el horizonte estaría efectivamente a la altura de nuestros ojos, si la Tierra se extendiera infinitimante y fuera plana). Resumiendo, en realidad vemos el horizonte un poquitísimo por debajo de nuestros ojezuelos.
El día 25 de octubre de 2006 a las 01:35
Me alegra, grigori, que te haya despertado la curiosidad. En realidad no vemos tan lejos. Los 300 km de Poincaré incluían algo de difracción y supongo que se basaría en la altura de una antena.
Si hacemos un cálculo ideal, tenemos un triángulo de lado R (radio de la Tierra) más 1’7 (altura del hombre) de hipotenusa. EL otro cateto es R. Sabiendo que el Radio de la Tierra es 6371 km tenemos aproximadamente 4,5 km.
Ahora bien, ese cálculo podemos hacerlo para más altuas: a 10 m de altura veríamos 11 k; a 100 m 35 km.
Aunque insisto que la visión no presenta apenas difración en estos casos mientras que las ondas de radio sí.
Por cierto, a la altura de 1’7 metros los ojos se inclinan apenas unas cienmilésimas de grado …
Salud!