Cuando vivíamos juntos, pero no formábamos ciudades.
Hace poco escribía un artículo en el que recomendaba una serie de libros. Dentro del último libro que cito en dicho artículo hay unos párrafos que me han llamado la atención. Son los dedicados a cuando el hombre se unía a sus semejantes pero no se comportaban como las sociedades actuales. Copio y pego dichos párrafos que he encontrado muy interesantes.
(…) hoy muchos creen que la revolución neolítica no fue, en primer término, una revolución inspirada por consideraciones prácticas, sino más bien una revolución mental y cultural alimentada por el crecimiento de la espiritualidad humana. Este punto de vista se asienta en el que quizá sea el más sorprendente y notable descubrimiento arqueológico de los tiempos modernos, que nos sugiere que la nueva manera de relacionarse con la naturaleza no siguió al desarrollo de un modo de vida sedentario, sino que lo precedió. Ese descubrimiento es el gran monumento conocido como Göbekli Tepe, una expresión turca que describe el aspecto que tenía antes de excavarlo: “colina panzuda”.
Göbekli Tepe se encuentra en lo alto de una colina en lo que hoy es la provincia de Urfa, en el sureste de Turquía. Es una magnífica estructura construida hace 11.500 años (7.000 antes que la Gran Pirámide) gracias a los hercúleos esfuerzos no de pobladores neolíticos, sino de cazadores-recolectores que todavía no habían abandonado el modo de vida nómada. Pero lo más sorprendente es el uso para el que fue erigido. Precediendo a la Biblia hebrea en unos 10.000 años, todo parece indicar que Göbekli Tepe era un santuario religioso.
Foto, Gobekli Tepe
Los pilares de Göbekli Tepe se encuentran dispuestos en círculos de hasta 20 metros de diámetro. Cada círculo contenía en el centro dos pilares adicionales en forma de T, aparentemente figuras humanoides de cabeza oblonga y cuerpo largo y delgado. El más alto de ellos sobrepasa los 5 metros de altura. Su construcción requirió el transporte de enormes piedras, algunas de hasta 16 toneladas, a pesar de que se hizo antes de la invención de las herramientas de metal, antes de la invención de la rueda y antes de que la gente aprendiese a domesticar animales como bestias de carga. Más aún, a diferencia de los edificios religiosos de tiempos posteriores, Göbekli Tepe se construyó antes de que la gente viviera en ciudades que pudieran proveer una fuente grande y organizada de trabajadores. En palabras de National Geographic, “descubrir que los cazadores-recolectores habían construido Göbekli Tepe fue como descubrir que alguien hubiera construido un 747 en su sótano con una navaja”.
Los primeros científicos que dieron con el monumento fueron unos antropólogos de la Universidad de Chicago y de la Universidad de Estambul, mientras realizaban una prospección de la región en los años 1960. Observaron varias losas de piedra caliza que sobresalían del suelo, pero no les dieron importancia, considerándolas restos de un cementerio bizantino abandonado. La comunidad de antropólogos emitió un profundo bostezo. Pasaron tres décadas, y en 1994 un agricultor de la región tropezó con su arado en lo alto de lo que resultó ser un enorme pilar enterrado. Klaus Schmidt, un arqueólogo que trabajaba por aquella zona y que había leído el informe de la Universidad de Chicago, decidió echar un vistazo. “Al minuto de verlo, supe que tenía dos opciones”, decía. “Marcharme y no decirle nada a nadie, o pasar el resto de mi vida trabajando aquí”. Hizo esto último, estudiando el yacimiento hasta su muerte en 2014.
Como Göbekli Tepe es anterior a la invención de la escritura, no disponemos de fragmentos de textos sagrados que, una vez descodificados, arrojen luz sobre los rituales que allí se practicaban. La conclusión de que Göbekli Tepe era un lugar de adoración se basa en comparaciones con prácticas y sitios religiosos posteriores. Por ejemplo, tallados en los pilares de Göbekli Tepe se encuentran diversos animales, pero a diferencia de las pinturas rupestres de la Era Paleolítica, no se corresponden con los animales que los constructores de Göbekli Tepe debían cazar para subsistir, y tampoco representan iconos relacionados con la caza o con las acciones de la vida diaria, sino que representan animales amenazadores como leones, culebras, jabalíes, escorpiones y una fiera parecida a un chacal con la caja torácica expuesta. Se cree que se trata de personajes simbólicos o míticos, el tipo de animales que más tarde se asociaría con la adoración.
Para los antiguos habitantes, visitar Göbekli Tepe debía representar un compromiso muy serio, pues se encuentra en medio de la nada. De hecho, nunca se han hallado indicios de que nadie viviera jamás en aquella área: ni fuentes de agua, ni casas, ni restos de hogares. Lo que sí encontraron los arqueólogos fueron los huesos de miles de gacelas y uros que debieron ser transportados como alimento desde lejanos lugares de caza. Ir a Göbekli Tepe era hacer un peregrinaje, y los indicios señalan que atraía a cazadores-recolectores nómadas de hasta cien kilómetros a la redonda.
Göbekli Tepe «muestra que primero fueron los cambios socioculturales, luego la agricultura», dice Ian Hodder, arqueólogo de la Universidad de Stanford. En otras palabras, el surgimiento de rituales religiosos realizados en grupo parece haber sido una razón importante para que los humanos comenzaran a asentarse a medida que los centros religiosos atraían a los nómadas hacia sus estrictas órbitas, hasta que se formaron pueblos basados en sistemas compartidos de creencias y significados.
Göbekli Tepe se construyó en una época en la que todavía rondaban tigres de dientes de sable por los parajes de Asia, y el último de nuestros parientes no pertenecientes a Homo sapiens, un cazador y fabricante de herramientas con aspecto de hobbit, de apenas un metro de estatura, bautizado como Homo floresiensis, tan solo llevaba algunos siglos extinguido. Y, sin embargo, sus antiguos constructores, por lo que sabemos, ya habían pasado de hacerse preguntas pragmáticas sobre la vida a plantearse también preguntas espirituales. «Puede argumentarse sólidamente», dice Hodder, que Göbekli Tepe «es el verdadero origen de las complejas sociedades modernas»
(…) Si Göbekli Tepe es la primera iglesia de la humanidad (al menos que sepamos), merece un lugar de honor en la historia de la religión, pero también en la historia de la ciencia, puesto que refleja un salto en nuestra conciencia existencial, el inicio de una era en la que los humanos comenzamos a dedicar un gran esfuerzo a responder las grandes preguntas sobre el cosmos.
La naturaleza necesitó millones de años para producir, mediante la evolución, una mente humana capaz de hacerse preguntas existenciales, pero en cuanto eso ocurrió, hizo falta una fracción infinitesimal de ese tiempo para que nuestra especie desarrollara culturas que le darían la vuelta a nuestra manera de vivir y pensar. Los pueblos neolíticos empezaron a asentarse en pequeños pueblos y luego, a medida que su arduo trabajo en el campo consiguió aumentar su producción de alimentos, en pueblos de mayor tamaño, de manera que la densidad de población se disparó desde apenas dos personas en cinco kilómetros cuadrados a un par de cientos.
El más impresionante de estos nuevos grandes asentamientos era Çatalhöyük, construido hacia 7500 a. C. en las llanuras del centro de Turquía, a apenas unos cientos de kilómetros al oeste de Göbekli Tepe. Los análisis de restos de animales y plantas hallados allí sugieren que sus habitantes cazaban vacas, cerdos y caballos salvajes y recogían tubérculos, gramíneas, bellotas y pistachos, pero se dedicaban poco a la agricultura.
Lo que es más sorprendente es que las herramientas y los instrumentos hallados en las casas indican que los habitantes construían y mantenían sus propias casas y realizaban su propio arte. Parece que no existía la división del trabajo. Eso no resultaría extraño en un pequeño poblado de nómadas, pero Çatalhöyük era el hogar de hasta ocho mil personas (unas dos mil familias), todas las cuales, en palabras de un arqueólogo, «iban a lo suyo».
Foto, Çatalhöyük
Por esta razón, los arqueólogos no consideran que asentamientos como Çatalhöyük y otros parecidos sean ciudades, ni siquiera pueblos grandes. Habrían de pasar todavía varios miles de años para que apareciera el primero de estos. La diferencia entre un asentamiento y una ciudad no es solamente cuestión de tamaño.
Pero en Çatalhöyük, aunque los habitantes viviesen en casas contiguas, los artefactos indican que cada familia se ocupaba de las actividades prácticas de la vida más o menos con independencia de las otras. Si cada uno de los grupos familiares tenía que ser autosuficiente, si no había manera de obtener la carne del carnicero, o conseguir que un fontanero arregle las tuberías, o reemplazar un móvil dañado por el agua llevándolo al Apple Store más cercano y fingiendo que no se ha caído en el váter, ¿por qué habrían de molestarse en establecerse pared con pared como en un pueblo? Lo que vinculaba y unía a las gentes de asentamientos como Çatalhöyük parece haber sido el mismo pegamento que llevaba a los humanos neolíticos hasta Göbekli Tepe: los inicios de una cultura común y unas creencias espirituales compartidas.
La contemplación de la mortalidad humana se convirtió en una de las características de aquellas culturas emergentes. En Çatalhöyük, por ejemplo, vemos indicios de una nueva cultura de la muerte y el morir que difería drásticamente de la que tenían los nómadas. Durante sus largos viajes salvando colinas y vadeando caudalosos ríos, los nómadas no se pueden permitir el lujo de llevar a los débiles y enfermos.
Por esa razón, es habitual en las tribus nómadas que, cuando están en marcha, dejen atrás a los viejos que están demasiado débiles para seguirlos. Las prácticas de quienes se asentaron en Çatalhöyük y otros pueblos olvidados de Oriente Próximo era casi la contraria. Sus unidades familiares extensas a menudo se mantenían físicamente cercanas, no solo en la vida sino también en la muerte: en Çatalhöyük, enterraban a sus muertos bajo el suelo de las casas. Los bebés a veces se enterraban bajo el umbral de la entrada a una habitación. Debajo de un gran edificio, un equipo de excavación descubrió setenta cuerpos. En algunos casos, un año después del enterramiento, los habitantes abrían la tumba y usaban un cuchillo para cortar la cabeza del muerto, que usaban con fines ceremoniales.
Los habitantes de Çatalhöyük se preocupaban por su mortalidad, pero también manifestaban un nuevo sentido de la superioridad humana.
Leonard Mlodinow, Las lagartijas no se hacen preguntas.
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