[Libro] Ramón y Cajal, ara i aquí
Este libro es uno de aquellos agradables de leer, en la que un científico se dedica a hacer un elogio a otro, en este caso, el autor a don Santiago, a la vez que establece ciertos paralelismos y discrepancias (siempre desde el respeto y la admiración) con las experiencias propias de la investigación actual. Es por tanto, la visión personal de la vida de don Santiago desde el punto personal del autor, Salvador Macip. Es médico, doctor en genética molecular y actualmente dirige un grupo de investigación estudiando las bases moleculares del cáncer y el envejecimiento. Os hago el habitual resumen.
Don Santiago estuvo en Cuba. Era un hombre extraordinariamente honesto y por ello rápidamente se ganó la enemistad de varios oficiales poderosos, más preocupados de enriquecerse que no de que los soldados enfermos tuvieran comida y condiciones adecuadas para recuperarse. Lo destinaron a plena selva, allá donde nadie quería ir.
El autor explica que en España (en una universidad catalana) en la entrevista para dirigir un equipo de investigación le preguntaron por su avaladores o qué persona de trayectoria sólida le recomendaba, pero nunca le preguntaron qué pretendía hacer. En una universidad inglesa le hicieron una entrevista de unas cuantas horas en las que la mayor parte estaba destinada a explicar su plan de trabajo para los siguientes 5 años. Las diferencias de mentalidad son evidentes.
En 1885 hubo una epidemia de cólera en Valencia y pidieron a don Santiago que analizara la vacuna que había creado el bacteriólogo catalán Jaume Ferran. Nuestro héroe no lo ve claro y no la abala. Los partidarios de Jaume Ferran piden que se distribuya de una vez, ya que la mortalidad es elevada; mientras que los detractores se ponen de lado de don Santiago. Es una situación que todavía hoy día se da. ¿Os acordáis de nuevos tratamientos milagrosos que parece que vaya a curarlo todo?
La ciencia no puede tirarse a la piscina sin antes comprobar que hay agua en ella, y ello requiere tiempo. Nuestro hombre no la descartaba; como buen científico decía, simplemente, que se necesitaba hacer más pruebas. El razonamiento es el correcto, pero en una epidemia se ve como un acto de arrogancia. Se gana la enemistad de gran parte de la población.
Después de hacer las comprobaciones necesarias para poder dar sus conclusiones las escribe rápidamente: la vacuna de Jaume Ferran no sirve para nada. No pudieron desmentirlo, porque el estudio estaba bien hecho. No obstante Jaume Ferran tomó nota y años más tarde, cuando Cajal se trasladó a Barcelona, movió los hilos necesarios para evitar que le dieran la plaza.
Una de las claves del éxito de Cajal fue que se le ocurrió estudiar las neuronas de los embriones. En el cerebro adulto, éstas están muy ramificadas y se ven como una red. Era difícil ver una neurona aislada entera, pero en el embrión todavía no estaba desarrollada y permitía una observación en detalle.
Entre los descendientes de Ramón y Cajal está Teresa, que es una oncóloga que trabaja en el Hospital de San Pablo, en Barcelona; también está (otro) Santiago, que es catedrático de anatomía patológica (por cierto, también investigador que sacó el número uno del MIR en 1983).
También explica que cuando su hija Enriqueta contrajo una enfermedad de la que no se salvaría aceptó el inevitable desenlace. Se dice que buscó huir del dolor encerrándose en la habitación de al lado enganchado a su microscopio. Dicen que cuando su mujer, Silveria, vio que llegaba el momento fue a avisarle pero estaba cerrada con llave. Cuando al cabo de un rato salió de su habitación, don Santiago se encontró a su mujer sentada en una silla, con su hija muerta en sus brazos y llorando sin hacer ruido para no molestar.
Hasta alguna vez hizo de CSI. Por aquella época, dos niños fueron degollados en una villa solitaria en Vilafranca del Penedés. El principal sospechoso era un hombre que hacía bromas crueles de los difuntos. En su casa encontraron una camisa manchada de sangre y llamaron a don Santiago al quien no le costó mucho darse cuenta de que era sangre de conejo. El sospechoso salió en libertad por falta de pruebas. Unos años después otro hombre confesó el crimen. De no ser por don Santiago es muy posible que el primer sospechoso hubiera sido condenado.
El autor pone tres pilares básicos entre ciencia y sociedad. El primero es el de los científicos, que deben poner su granito de arena; el segundo es el de los medios de comunicación; y el tercero es por supuesto, nosotros, el público. Si no hay interés general del público en absorber (al menos intentarlo) los conocimientos que los científicos nos ponen al alcance, la ciencia nunca podrá desarrollarse plenamente en esa sociedad.
Da una pincelada sobre el sistema educativo. ¿Qué utilidad tiene aprenderse de memoria todos los nombres de las enzimas cuando una búsqueda de Google te las da en un segundo? El autor hace un símil informático apostando a que nuestros cerebros hagan más de procesadores que no de discos duros. Lo que no implica, por otro lado, que debamos entrenar la memoria.
El mito del científico cerrado en su laboratorio sin hablar con nadie es una imagen romántica del investigador, pero ni siquiera fue el caso de don Santiago. Aun con las limitaciones de la época, siempre estaba interaccionando con colegas; y su trabajo no salió de la nada: utilizó investigaciones de colegas como los avances de Golgi, filtrados por Simarro y Maestre de San Juan. Incluso lo reconoció en su discurso del Nobel, destacando la atmósfera intelectual necesaria para la ciencia y cómo la tarea del científico es colectiva. Otra opinión ante la que no hay más que quitarse el sombrero.
Hacer ciencia en España es un acto heroico. De premios Nobel científicos sólo tenemos dos; y ojo que Severo Ochoa, aunque nacido en Luarca, hizo la mayor parte de su trabajo en EEUU. Comparemos el número con los que tiene Italia, que son 12; Francia, que tiene 36; o Reino Unido, que tiene 85. La diferencia es evidente y abrumadora.
A los investigadores no les queda más remedio que moverse en función del dinero que los estados gasten en ciencia. En los años de Clinton muchos científicos fueron a EEUU porque doblaron el presupuesto y hubo un éxodo desde Europa a América. Pero con la llegada de Bush el grifo se cerró y fue al revés. La diferencia es que mientras estos ciclos se dan entre Europa (entendiendo Europa con países como Francia, Alemania y Reino Unido) y EEUU, España siempre queda en el mismo sitio. Y últimamente, los científicos sólo compran billetes de ida.
Cajal no intentó nunca que lo admirasen: sólo quería que sus conocimientos científicos llegaran tan lejos como fuera posible. Con esta finalidad reunió y conservó unos 30.000 objetos relacionados con su vida (manuscritos, fotografías, aparatos de laboratorio, etc), que acabaron en manos del CSIC. Quizás en otro país habrían servido para llenar un museo pero aunque una parte sí está expuesta al público, durante mucho tiempo el resto se estaban deteriorando en un subterráneo del edificio del CSIC en Madrid.
A finales de 2015 sus posesiones estaban amontonadas en una sala de reuniones, y dicen que ya habían desaparecido miles de cartas que había intercambiado con famosos neurólogos de su tiempo. 15.000 fueron robadas los años 1960 y 3.000 se encontraron un buen día en un mercado de libros viejos. Por suerte, la Biblioteca Nacional acabó comprándolos.
Don Santiago nunca se preocupó por hacer fortuna y repartió una buena parte del dinero del Nobel (110.000 pesetas) entre entidades como la Universidad de Zaragoza o la Academia de Ciencias; y con el resto se compró una casa en la calle Alfonso XII donde vivió hasta sus últimos momentos. Incluso en su testamento reservó dinero para pagar 5 becas científicas, aparte de dejar escrito que se regalaran sus libros a los estudiantes más aventajados.
Recomendado para todos los públicos. No sé si existe versión en castellano de este libro (la que yo he leído es en catalán), pero si alguna editorial se anima vale la pena. No sé si por cantidad, pero sí por calidad. A mí me ha encantado y me ha permitido acercarme un poquito más a las interioridades de la investigación científica por parte de personas apasionadas.
Título: Ramón y Cajal, ara i aquí.
Autor: Salvador Macip
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