[Libro] ¿Enferman las mariposas del alma?
Francisco Mora, autor del libro que os quiero comentar, es un apasionado de la neurociencia. No sé si este es el segundo o tercer libro de él con este tema como línea central. Os hago el resumen de las cosas que mas me han llamado la atención.
El ser humano nace con un proyecto indeterminado, abierto, como si fuera un libro que está por escribir. Y eso es el hombre, en la salud y también en la enfermedad, un libro por escribir, con la idea, además real, de que es un libro que se escribe a sí mismo.
Los primates desarrollan un miedo innato a las serpientes y una correspondiente reacción de huida. Pues bien, una lesión en la corteza prefrontal orbitaria hace que estos animales pierdan el miedo a las serpientes y, aun a riesgo de su propia vida, jueguen con ellas y se las lleven a la boca como si de un objeto o congénere de juegos se tratara.
No es difícil ver que esas lesiones cerebrales no sólo pueden llevar a poner en peligro su vida, sino el de la colonia. Y es posible que la propia colonia de primates rechace al animal, dado que transgrede códigos de supervivencia que están escritos en lo más profundo del cerebro.
Los chimpancés transmiten conocimientos de generación en generación. Es lo que nosotros llamamos cultura. Los chimpancés tienen culturas para cada una de sus colonias, separadas por muchos kilómetros. Ello se ha concluido con años de estudios prolongados en el tiempo y basados en la observación. Se han descrito hasta 39 patrones de conductas propias que se han ido transmitiendo a los descendientes.
Un aspecto central en el reconocimiento del yo es saber que el que está en el espejo es uno mismo. Al principio se creía que esta faceta estaba reservada sólo al ser humano, pero ver a los chimpancés quitándose trocitos de comida de entre los dientes que ven mientras se mirándose al espejo ya nos puede hacer sospechar que no somos los únicos. El experimento definitivo que mostró ese resultado fue uno en que bajo anestesia se hizo a unos chimpancés una raya roja por encima de una de las orejas y en la mitad superior de la oreja del lado contrario. Al despertar y verse en el espejo, de inmediato se pudieron a investigar aquellas manchas rojas en su cara y tocarlas con los dedos para luego olérselos.
Estos mismos experimentos se hicieron con monos rhesus, y ninguno desarrolló este tipo de conducta. De hecho, estuvieron todo el tiempo tratando de pelearse con el mono que estaba al otro lado del espejo.
Los humanos tenemos la facultad de ponernos en el lugar del otro, entender sus estados psicológicos, emocione e intenciones. Es lo que ha venido a ser conocido como tener «una teoría de la mente». El chimpancé no alcanza a tener una teoría de la mente como la humana ni un lenguaje como los humanos; pero sí tiene, sin embargo, atisbos de entender a otros chimpancés e intuir sus intenciones.
Dado que tenemos ciertas estructuras en el cerebro que no tienen los chimpancés, podemos tener enfermedades mentales asociadas a esas zonas que nunca tendrán los chimpancés, por ejemplo la esquizofrenia. Es una enfermedad que no se da igual en las diferentes culturas. Los pacientes africanos tienen mayor incidencia de alucinaciones visuales, muy poco frecuentes en nuestra cultura Occidental; los pacientes de la India o la Isla Mauricio padecen una pérdida de sentimientos. Todo esto nos da una idea de la poderosa influencia del entorno.
Habla también el Alzheimer y cómo hay genes que predisponen a ello. Bárbara McCulley tenía a sus 70 años miedo a padecer Alzheimer, ya que es la más joven de 10 hermanos y todos ellos padecen o han padecido Alzheimer (el padre también desarrolló la enfermedad). Desde luego, si hay genes involucrados en esta enfermedad, esa familia los tiene.
La amígdala es la estructura cerebral que representa la puerta de entrada al sistema límbico (emocional) y, por tanto, implicada en el significado emocional de toa la información sensorial que entra en el cerebro. Las lesiones en la amígdala impiden que los animales puedan asociar estímulos visuales a emociones; por ejemplo, en los primates les impiden tener respuestas emocionales de placer (al ver alimentos) o de agresividad (al ver una serpiente), por lo que se vuelven más mansos. Lo curioso es que en los seres humanos producen un impedimento ya no de reconocer las caras de las personas sino el mensaje emocional de las mismas. Un paciente con una lesión en la amígdala reconocerá a un amigo en una foto, pero es incapaz de decir si dicha foto contiene una expresión de alegría o tristeza. Tampoco son capaces de reconocer la entonación emocional cuando se les habla.
Los psicópatas son aquellas personas que tienen una conducta antisocial, emociones anormales y desajustadas a la sociedad en la que vive. No diferencia el bien del mal, no expresa remordimientos ni sentimiento de culpa.
Cuenta un psicópata llamado David Berkowtz que asesinó a cinco chicas jóvenes:
(…) después de matar volvía a casa silbando. La tensión y el deseo de matar habían sido tan intensos, que cuando finalmente exploté, todas las tensiones y presiones desaparecían, simplemente se evaporaban, aunque por poco tiempo. No sentía deseos sexuales, sólo hostilidad. Quería destrozarla por todo lo que ella representaba… una chica hermosa, una amenaza para mí, hacia mi masculinidad.
Mientras en personas normales, en las fuertes emociones se activa la corteza cingulada posterior, en los psicópatas esa parte no sólo no está activa, sino que presenta un fuerte descenso en su actividad.
No obstante, los estudios por neuroimagen sobre el razonamiento moral tanto en personas normales como las que muestras una conducta moral aberrante apuntan a que no hay una parte específica en el cerebro, y que la emoción es una fuerza conductora; pero distribuida al igual que podría ser la memoria.
El ser humano es un «loco» que controla su locura. Un ser con la capacidad de controlar el filtro por el que la identidad personal pasa a las palabras u a la conducta. Un filtro, además, que es inherente a nuestra consciencia.
Buen libro, recomendado para todos los públicos.
Título: «¿Enferman las mariposas del alma?»
Autor: Francisco Mora
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