El Papa de la medicina alemana
En uno de los artículos sobre Robert Koch, decía que otro médico: Rudolph Virchow, conocido como «el Papa de la medicina alemana» se rió de él. La verdad es que al no decir nada más este hombre quedaba en muy mal lugar. Bien, las personas no somos perfectas y podemos cometer errores. Sería injusto que sólo se nos conociera por un error cometido. Por ello, hoy os hablaré del médico que no se descubrió ante Koch, bien fuera por dejadez, pedancia o por la razón que fuera.
Rudolph Virchow fue un patólogo alemán nacido en Schilvelbein (hoy Swidwin, Polonia), en 1821. Con 22 años obtuvo su título de medicina en la Universidad de Berlín. Dos años más tarde, siendo todavía un joven cirujano, describió por primera vez la leucemia.
En su etapa de estudiante ocupó una plaza como asistente del preparador anatómico del hospital de la Facultad de Medicina de Berlín, al que llamaban «La Caridad» porque era el único que admitía a los pobres.
Un día hizo una incisión en la yugular de un perro para introducirle un trozo de goma. Al cabo de dos días, aquel objeto había sido arrastrado por el torrente sanguíneo sorteando sin obstáculo las válvulas de las venas e incluso las del corazón, asentándose en la arteria pulmonar. Más tarde, repitió el experimento pero en vez de poner un trozo de goma puso un trozo de carne. El perro murió de pulmonía. La autopsia revelaba un enorme estrago en los pulmones, con pus y coágulos por todas partes.
Concluyó que la carne se había descompuesto actuando como un verdadero veneno. Había descubierto el proceso de infección y el mecanismo que puede desencadenar una embolia, estableciendo la diferencia entre ambos conceptos.
En 1848 se desató una epidemia de tifus en Silesia del Norte. Virchow fue allí como ayudante del consejero médico. En cinco días escribió una memoria increíblemente detallada y sistemática. Señaló los focos de la enfermedad y sus causas: habitaciones reducidas y antihigiénicas, hambre, contaminación. Destacó que los silesianos no se lavaban en absoluto y que sólo se limpiaban gracias a los chaparrones que de vez en cuando caían.
El tifus no había que tratarlo como un suministro individual de medicamentos sino que era una enfermedad que abarcaba una gran capa social. Denunció severamente las condiciones sociales y echó la culpa de todo al gobierno afirmando que la solución pasaba por pan para todos, culturización de la población, abolición de todas las prerrogativas de los señores feudales, etc.
El ministro de aquel entonces, después de leer el informe dijo:
– ¡Ese doctor es un terrorista socialista! ¡Sus propuestas para la erradicación del tifus se asemejan más a las de un líder revolucionario que a las de un médico!
La primera consecuencia es que le retiraron el puesto universitario que poseía.
Aunque no participó en barricadas fue uno de los máximos dirigentes de los disturbios universitarios propulsando la reforma de la medicina. Llegó a enfrentarse con el claustro de los viejos maestros.
– ¡Basta ya de puestos docentes a dedo! ¡Los puestos directivos y las cátedras deberían ser elegidos por una asamblea general de docentes!
Quería matrículas gratuitas por cuenta del estado y la supresión de la medicina militar.
Fundó una revista con el nombre «Reforma médica» en la que abría un debate sobre la necesidad de un Ministerio de Salud del Imperio, higiene en las escuelas, libre elección de médicos, ocho horas de trabajo, etc. Su padre era el tesorero municipal de Schivelbein y todos los días leía el nombre de su hijo en los periódicos. Sus reformas proponían democracia plena y sin límites, declaración del polaco como lengua oficial, separación entre Iglesia y Estado, un programa de construcción de carreteras, impuestos justos y una educación libre y universal. Vamos, que estaba metido en política hasta el cuello.
Aun sin su puesto universitario, no paró de investigar y se dedicó a estudiar con el microscopio los tejidos enfermos. Por aquel entonces se aceptaba de forma dogmática la teoría de los cuatro humores. Virchow no tuvo en cuenta esa vieja teoría y se centró en descubrir cuál era la causa de la enfermedad. Según afirmaba, no existían enfermedades, sino personas que enfermaban debido a ciertos factores.
Pensó que el organismo tenía que estar formado por un conjunto de células y empezó a buscarlas. En primer lugar, lo haría en los huesos. No podían estar muertos, ya que crecían y, además, cuando se fracturaban, se curaban. Así que tomó una fina sección de hueso y la puso en ácido clorhídrico esperando a que se disiparan las burbujas de gas. Salió una papilla amarillenta que observó al microscopio descubriendo las células óseas. Los humores no existían: la vida estaba en las células. En aquel momento se sintió poseído por la fiebre del saber e hizo lo mismo con tejido conectivo, pieles, cueros, ligamentos y tendones; observando células en huso, ramificadas, provistas de cola, etc.
En 1860 compendió todo su conocimiento de la teoría celular en la famosa frase latina: «Omnis cellula e cellula» que viene a decir que «las células provienen de las células», formalizando las ideas de Matthias Jakob Schleiden, quien había dicho que todas las plantas estaban formadas por células y de Theodor Schwann, quien había propuesto que todos los organismos (no sólo las plantas) están formados por células.
Trabajaba y viajaba sin parar sin apenas dormir. Publicó más de 2000 informes y muchos libros. Uno de ellos fue «Patología celular» que cambió el curso de la medicina. No es extraño que un hombre así llegara a ser conocido como «el Papa de la medicina alemana».
A sus 40 años siguió siendo un enérgico defensor del pueblo y de la democracia. Fundó con sus amigos un partido político llamado «Partido del Progreso», haciendo un llamamiento a la lucha por la cultura. Llegó a ser el dirigente del principal partido de la oposición y fue el político más temido por todo el parlamento. Sin embargo, Guillermo I eligió a Otto von Bismarck, un auténtico dictador conocido como el «Canciller de Hierro» que llevó a cabo la reforma del ejército y la unificación de Alemania. Bismarck, al contrario que Virchow, no luchaba por la cultura, sino por el poder. Los duelos entre Virchow y Bismarck en el parlamento fueron apoteósicos, pero finalmente este último se afianzó con el poder. Este enfrentamiento cuadra a las mil maravillas con una frase del propio Bismarck: «El hombre que nada teme es tan fuerte como el que es temido por todo el mundo». Y es que Virchow no temía a nadie en absoluto.
Aceptó la derrota retirándose de esa guerra, pero en Berlín promovió mercados, jardines, asilos, institutos, hospitales, higiene en las escuelas, eliminó la triquinosis gracias a la promulgación de su ley de inspección de carnes y también combatió el tifus, la tuberculosis y el cólera. ¿Os suena la frase «mejor prevenir que curar»? Pues fue él quien la acuñó.
Más tarde se dedicó a la investigación de las razas. En 1866 completó un estudio sobre más de 6 millones de niños alemanes en el que descubrió que (sorpresa) no había uniformidad racial entre ellos. Le preocupaba la antropología y los métodos de medida de los huesos. Llegó a coleccionar más de 2.000 cráneos de todos los países. Se consagró como unos de los antropólogos más prestigiosos de su época.
No abandonó, tampoco, su profesión de docente. A sus 80 años seguía impartiendo clases a futuros médicos. Sus cursos eran siempre improvisados y gracias a sus enseñanzas, dos generaciones de médicos alemanes llegaron a alcanzar un conocimiento mucho más profundo del cuerpo humano.
Le horrorizaba que los alumnos no fueran capaces de maravillarse ante el espectáculo que mostraba el microscopio. Era indulgente con quien se equivocaba al mover el tornillo del mismo, pero implacable y mordaz con quien no se maravillaba. Fue intolerante con la negligencia. Llegó a manifestar que la clave para cualquier investigador era tener un «entusiasmo gélido».
La anécdota siguiente está sacado del primer libro citado en fuentes, pero no sé si es real o no porque no me cuadran las fechas. Si algún amable lector me la puede confirmar o desmentir le quedaría muy agradecido.
Aquella mañana había examen oral de anatomía patológica. Un anciano ligeramente encorvado estaba sentado frente a la mesa en lo alto de la tarima. Ese Virchow, hueso duro de roer, se disponía a hacer la prueba final:
– Silencio, señores! Les ruego que guarden silencio! Va a dar comienzo el examen oral. Señor Max Pettenkofer.
– Presente!
– Haga el favor de acercarse a la mesa.
El pobre Pettenkofer repetía por tercer año aquella maldita asignatura y se lo jugaba todo en aquella prueba. Quedó absorto observando los pícaros ojos del viejo profesor.
– ¿Ya sabe usted algo de esta asignatura?
– Un poco, señor.
– Pues está usted aprobado. ¡Hay tantos médicos estúpidos por el mundo!
Espero que esta historia sirva para ver con otros ojos a Rudolph Virchow. Al fin y al cabo, lo merece, ¿no?
Por cierto, cuando ese alumno, Pettenkofer, era anciano se tragó a propósito unos bacilos de cólera a los que sobrevivió, pero creo que esa aventura la tendremos que dejar para otra historia.
Fuentes:
» Esto es imposible!» VVAA (Miguel Ángel Rodríguez Arriero)
«Enciclopedia Biográfica de Ciencia y Tecnología (Tomo II)», Isaac Asimov
«El efecto carambola», James Burke
http://aportes.educ.ar/biologia/nucleo-teorico/influencia-de-las-tic/del-microscopio-a-la-tomografia-computada-tecnologias-para-mirar-por-dentro/los_microscopios.php?page=2
El día 25 de septiembre de 2006 a las 10:08
Esta entrada y las medidas higiénicas propuestas por Virchow son oportunas para recordar que las alcantarillas y el agua potable ha salvado muchas mas vidas que los antibióticos, y las terapias con las que quieren maravillarnos nos nuevos «magos» de la medicina.
El día 25 de septiembre de 2006 a las 11:03
«democracia plena y sin límites, declaración del polaco como lengua oficial, separación entre Iglesia y Estado, un programa de construcción de carreteras, impuestos justos y una educación libre y universal.»
Es decir, cosas que hoy damos por sentadas , y en aquella época le llamaban terrorista. Increíble lo que ha cambiado el cuento.
El día 25 de septiembre de 2006 a las 14:07
Una historia muy bonita.
El día 25 de septiembre de 2006 a las 14:31
Aquí sale algo de Virchow y Pettenkofer, diciendo que el primero era muy estricto y el segundo más relajado, pero la frase esa aparece en otro contexto y no relacionada a ellos dos. No se cómo de fiable será.
http://www.reiter-doc.de/16132.html?*session*id*key*=*session*id*val*
T
El día 25 de septiembre de 2006 a las 16:13
Gracias por los comentarios. Lo de Pettenkofer no mecuadra porque la fecha de nacimiento y muerte de Virchow son 1821-1902, las de Pettenkofer son 1818-1901; y no acaba de cuadrar pues si uno era mayor, el otro también. También es posible que me haya equivocado de «Max Pettenkofer» …
Y el libro está escrito, en mi opinión, por «gente fiable».
Salud!
El día 25 de septiembre de 2006 a las 17:00
Me refería a la fiabilidad de la página web reiter-doc. Pero lo de las edades es buen argumento. Igual los del libro se equivocaron a traducir?
T
El día 26 de septiembre de 2006 a las 16:17
Hermosa Historia, simpre que leo hacerca de personas que mantienen con orgullo sus ideales ante las adversidades se me saltan las lágrimas. Un cordial saludo y hasta otra.
El día 29 de septiembre de 2006 a las 20:33
Todo un personaje.
Un pequeño pero, sin embargo. Hay una aparente contradicción entre el título El papa de la medicina alemana y el lugar de nacimiento de Virchow Schilvelbein (hoy Swidwin), Polonia.
Y es que, en aquella época, sobre todo después de von Bismarck, Pomerania era Alemania .
Estaría más claro si pusieras Schilvelbein (hoy Swidwin, Polonia).
Es curioso como todo el mundo afirma que Kant, por ejemplo, era alemán, cuando no se movió en toda su vida de Königsberg (hoy Kaliningrado, Rusia), y, sin embargo, con otros personajes exista la duda. Sobre todo con los que trabajaron en Berlín, que está a escasos 100 km de la actual frontera con Polonia.
El día 29 de septiembre de 2006 a las 21:33
Aclaración aceptada. Lo cambio ahora mismo. Gracias 🙂
Salud!