[Libro] Química entre nosotros
Este libro habla de las relaciones entre sexos en la sociedad, sea la humana o no. Todo ello explicado desde el punto de vista bioquímico. Si alguna vez pensáis que lo que sale de vuestra mente está un algún lugar en el que la ciencia no pueda aportar nada, tendréis que replantearos esta situación, pues si bien los animales tienen unos parecidos asombrosos a nosotros, por otro lado, hay casos en que se pone de manifiesto que la química lo es todo. Os comento lo que más me ha llamado la atención del libro.
Algunos animales, como el modesto ratón de la pradera, actúan, en lo que se refiere al sexo y al amor, de forma asombrosamente parecida a nosotros. Crean vínculos monógamos, se «enamoran», lloran la pérdida d su parea, echan de menos a su familia, practican el sexo como respuesta a estímulos químicos, engañan a sus «cónyuges». Y, por si fuera poco, se ha podido demostrar que algunos de los genes que intervienen en este tipo de conductas también influyen en nuestras conductas.
Se han llegado a hacer experimentos con ratones en distintas circunstancias sociales: después de una separación de sus familias o una separación de sus parejas se les colgaba de la cola. Estos últimos actuaban como si nada les importase. Los científicos sabían de cuál era cada grupo sólo verles al primer instante. Vamos, que estaban deprimidos, y se notaba.
En 1960, Luis Guerrero, un médico que trabajaba en un hospital de Santo Domingo, se topó con que algunas historias de niñas que se estaban convirtiendo en niños. No disponía de medios para investigar, así que poco pudo hacer. Posteriormente se trasladó a los EEUU sin olvidar nunca aquella historia de Las Salinas. Allí despertó la curiosidad de sus colegas y les convenció de que viajaran a Las Salinas, en la República Dominicana.
Era un viaje peligroso, de unos 250 km en coche desde Santo Domingo. Pero cuando llegaron aquel equipo de científicos en seguida descubrió dos docenas de chicas afeadas que habían nacido con inequívocos rasgos de mujer. Tenían genitales de aspecto femenino, con labios y clítoris. A medida que fueron creciendo, aquellas chicas se ponían lazos en el pelo y en sus vestidos; y hacían las tareas domésticas que en Las Salinas se consideraban cosa de chicas, mientras que los chicos se juntaban para armar jaleo y demás.
Y más o menos en la pubertad les crecía el pene. Los labios mayores se convertían en escrotos que contenían testículos y cambiaba su comportamiento. No era la primera generación que sucedía. Se les llamaba «machihembras» y la mayoría se casaba. Algunas tenían hijos. La machihembra tenía un tenía un pene más pequeño que la media y no le salía mucha barba. Desgraciadamente, sufrían cierto estigma social: imaginad las burlas de un adolescente que antiguamente había sido una niña. Pero eran varones en todos los sentidos y se aceptaban a sí mismos como tales.
Cromosómicamente eran XY. El clítoris no era tal, sino un pene que estaba esperando las instrucciones. También tenían testículos, pero no habían descendido, y los labios mayores eran en realidad la materia prima para el escroto. Parecían niñas pero eran realmente niños.
La causa era una mutación, un error en un gen que tiene las instrucciones para que las células fabriquen una proteína llamada 5-alfa-reductasa. Las células no tienen iniciativa propia, sino que necesitan instrucciones. Pues bien, la 5-alfa-reductasa es una proteína cuya función es convertir la testosterona en un andrógeno aún más potente: la DHT, que indica a las células que tienen que empezar a formar el pene, la próstata y el escroto. Aquella mutación genética provocaba que las machihembras nunca recibieran la señal para empezar a construir los genitales masculinos.
La testosterona también funcionaría, pero no con la misma eficacia. Aunque en estado fetal fabricaban testosterona, no era suficiente; pero cuando llegaban a la pubertad y tenían la fabricación masiva de testosterona proveniente de aquellos testículos no descendidos (con una pequeña ayuda de las glándulas suprarrenales), el desarrollo continuaba.
En EEUU, aproximadamente uno de cada mil bebés nace con genitales ambiguos. Puede nacer una niña con un clítoris sobredimensionado parecido a un pene; o un niño que tenga un micropene o que carezca totalmente del mismo y sus testículos no hayan descendido.
Los cirujanos tienen un dicho: «es más fácil hacer un agujero que un mástil». Entonces, dado un bebé con genitales ambiguos, sea XX o XY, ¿qué hacer? Aquí comenta el caso de la familia Reimer que ya os comenté en su día.http://www.historiasdelaciencia.com/?p=1215
Las vacas rara vez tienen gemelos. Si cuando los tienen, ambos son machos o hembras, no parece haber problema; pero si son de sexo diferente, normalmente, la hembra es estéril y el macho es perfectamente normal. Entre 1916 y 1917, Frank Lillie, de la Universidad de Chicago descubrió que tenían ovotestículos, una amalgama de gónadas masculinas y femeninas. Lillie se dio cuenta de que los fetos masculinos empezaban a fabricar hormonas «específicamente masculinas» (la testosterona no se descubrió hasta 1935) antes de que la máquina hormonal del feto femenino empezara a bombear. La hembra, por tanto, recibía una dosis de esas hormonas masculinas y, por tanto, se iba masculinizando.
Aproximadamente uno de cada 20.400 bebés varones (definiendo varón por ser XY) nace con una dolencia denominada Síndrome de Inestabilidad de los Andrógenos (SIA). Carecen de receptores a los andrógenos, en particular el DHT. No poseen los amarres celulares para recibir sus instrucciones. Aunque se trata de varones XY, quienes padecen SIA nacen con un cuerpo de aspecto femenino y sus testículos no han descendido. Parecido a las machihembras, pero cuando se hacen mayores sienten atracción por los hombres y en sus cerebros son mujeres.
Pero no hay que confundirlo con la homosexualidad. Un ser humano XY con SIA es una mujer. Si una persona con pene y barba abundante se muestra en total convicción de que tendía que ser una mujer, esa persona es una mujer, no un hombre homosexual. Un hombre que se siente atraído por hombres, que se comporta y siente como un hombre, es efectivamente un hombre; lo único que sucede con su cerebro es que es homosexual.
Sobre el placer del sexo nos recuerda los argumentos de Schopenhauer:
«Tan solo imaginemos que el acto de procreación no fuera ni una necesidad, ni viniera acompañado de un extremo placer; sino que fuera un asunto de pura reflexión racional: ¿podría entonces seguir existiendo la raza humana? ¿Acaso todo el mundo no sentiría tanta compasión por la siguiente generación como para preferir ahorrarle la carga de la existencia?»
El sistema de recompensa sexual se ha convertido en un fetiche de belleza en sí. De lo contrario, ¿cómo se explican los aproximadamente 13.000 millones de dólares que se gastan cada año los estadounidenses en cirugía estética y los 37.000 millones de dólares que se gastan al año en servicios y productos de belleza? El gasto mundial está en torno a los 170.000 millones de dólares.
Los circuitos de recompensa de nuestro cerebro son muy poderosos y a veces una enfermedad lo pone de manifiesto. En 2002 unos médicos de Texas describieron el caso de un hombre cuya esclerosis múltiple le había provocado lesiones en el lado derecho del hipotálamo. Desarrolló un deseo insaciable de tocar pechos de mujer. Un californiano de 59 años aquejado de Parkinson se sometió a una operación en el cerebro, y estaba tomando L-dopa contra el Parkinson, que se convierte en dopamina. Después de la cirugía, los médicos informaron que el paciente reclamaba sexo oral hasta 12 y 13 veces al día a su esposa de 41 años y pese a que ella sufría una dolencia cardíaca. El hombre se masturbaba a menudo y proponía relaciones sexuales a las amigas de su esposa. Posteriormente empezó a contratar strippers y buscar prostitutas. En un momento dado, su esposa le sorprendió intentando masturbarse mientras miraba una fotografía de su nieta de 5 años.
Adam Smith y Jeffrey French experimentaron con parejas de titís. A algunos les nebulizó oxitocina por la nariz de algunos y no de otros. A los que se había administrado la oxitocina pasaban más tiempo acurrucados junto a su pareja. Posteriormente les dio bloqueantes de la oxitocina, o sea, buscaba el efecto contrario. A aquellos a los que se les administró ni siquiera compartían la comida con su pareja.
Cuando un macho de rape se topa con una hembra la abre a mordiscos y penetra en ella, fusionando sus vasos sanguíneos y va disolviéndose hasta que es prácticamente un hipotálamo y una bolsa de testículos adheridos al cuerpo de la hembra. Las hembras de rape no son tan fieles: a veces se encuentran ejemplares que llevan colgando testículos como otros tantos trofeos.
Hay quien afirma que la misma química que nos asocia a nuestra pareja también lo hace con la territorialidad. De alguna manera, las mujeres se convierten en una extensión del territorio en el cerebro masculino y es por ello que quien establece fuertes vínculos con su pareja también se mostrará agresivo a la hora de defenderla: sexo, amor y agresividad estarían mezcladas en el cerebro.
También hay quien dice que los sentimientos que surgen de la adicción a las drogas son muy parecidos a los que nos surgen en el amor, como si este último fuera adictivo. De hecho, el amor nos engancha casi igual que las drogas; la diferencia es que las drogas pueden ser mucho más potentes que los lazos humanos. Todo ello está relacionado con los circuitos cerebrales de las recompensas.
También está el factor aburrimiento que viene después de mucho tiempo. Es el amor de los progenitores que se «enamoran» de sus bebés pero que con el tiempo, al igual que los romances entre adultos, existe el riesgo de aburrimiento, por no hablar de aversión. No obstante, las madres que consumen drogas descuidan realmente a sus bebés ya que afectan a la capacidad de vincularse con sus hijos.
Las separaciones o divorcios pueden ser traumáticas. Algunas personas reaccionan a la pérdida del amor con conductas extremas y se convierten en acosadores o se suicidan. Y tanto queremos evitarlo que hay personas que deciden permanecer en una relación aun sabiendo que la pareja les ha sido infiel.
La monogamia social y la monogamia sexual pueden ser dos cosas completamente diferentes, aunque la mayoría de las sociedades insisten en vincularlas. Por ejemplo, la mayoría de la gente que tiene relaciones sexuales al margen del matrimonio quiere mantener esa experiencia totalmente separada de su vida hogareña. Si una amante viene a visitarlo al trabajo, la echa en seguida. Lo mismo sucede con las drogas: se quiere tener separada de la vida hogareña y si alguien viene a venderla al hogar de alguien lo echa en seguida.
Pero no solo eso. Durante la Edad Media había en muchas ciudades un burdel reconocido y legal. Entre las élites existía un reconocimiento explicito de que el matrimonio y el amor romántico eran dos cosas distintas. La primera regla del libro De amore,de Andreas Capellanus se dice que «EL matrimonio no es una excusa para no amar», que «el único amor verdadero es el adúltero» y que «dado que el matrimonio era económico y político, no era amor verdadero, y que uno se casaba por motivos prácticos».
Cuando a un tití macho criado en cautividad se le presenta por primera vez una hembra, se vuelve un mono muy caliente. Durante los primeros diez días se aparea con su nueva novia una media de más de tres veces cada media hora. Ambos forman un vínculo monógamo. Al cabo de 60 días, ya no tienen relaciones sexuales en absoluto. Pero siguen acurrucándose juntos, mucho más que al principio. Pasan de ser una pareja de jóvenes amantes a un matrimonio con muchos años a sus espaldas. Podría denominarse un matrimonio con compañerismo.
Un equipo internacional de científicos anunció en 2011 un estudio que habían hecho observando durante 3 años 164 nidos de carbonero común (Parus major). EL 13% de los pollos eran fruto de apareamientos acaecidos fuera de la pareja. Pero lo curioso es que más que contar el aspecto físico del adúltero, los machos que tenían comportamientos más «intrépidos» engendraban un número sensiblemente mayor de pollos con hembras distintas de su pareja que los machos más «tímidos» que tendían a permanecer junto a su pareja. Y lo mismo con las hembras «intrépidas» que tenían un número de descendientes mayor fruto de un apareamiento fuera de la pareja.
Los sacerdotes católicos romanos a menudo eran hombres casados hasta el Primer Concilio Lateranense de 1123, momento en que la Iglesia declaró:
«Prohibimos terminantemente que los sacerdotes, los diáconos, los vicediáconos y los monjes tengan concubinas o contraigan matrimonio. Decretamos, conforme a las definiciones de los cánones sagrados, que los matrimonios ya contraídos por dichas personas deben disolverse y que las personas sean condenadas a realizar penitencia.»
Una de las razones de ese mandamiento era el temor de Roma de que los descendientes pudieran heredar bienes de la Iglesia.
Hay estudios que encuentran fuertes correlaciones entre la posición que ocupan los empleados en la jerarquía de una empresa y la tendencia a cometer adulterio. Tanto hombres como mujeres. Los estudios mostraban que estas personas tenían más confianza en sí mismas, eran más extrovertidas e intrépidas. No significa que todos lo sean, por supuesto, pero ahí estaban los datos.
Respecto a la pregunta de si los seres humanos están diseñados para ser sexualmente monógamos, la respuesta parece ser: «depende». Algunos lo están y oros puede que no tanto.
«El amor es una adicción: no solo en sentido metafórico, sino una adicción real. Algunas personas sencillamente son propensas a mantener relaciones sexuales fuera del vínculo social. Ni siquiera esos dichosos pingüinos que viven allá abajo, en el casquete polar, los que aparecían en el documental que todos admirábamos son tan monógamos como pensábamos. Y lo peor de todo: el amos no consiste más que en unos compuestos químicos que estimulan una actividad neuronal en unos circuitos bien definidos y no fue concebido para elevarnos a ningún tipo de plano espiritual superior, sino para engatusarnos maquinalmente y que nos reproduzcamos, maximizando nuestra «aptitud» evolutiva. Es todo tan vil.»
Una investigadora, Kathy French, comentaba un determinado papel de determinadas hormonas como la vasopresina, durante un seminario para sus estudiantes de biología y recordaba entre risas que mucha gente se ofendía: «Decían cosas del tipo: ¡cómo se puede reducir una experiencia emocional y mágica a simples hormonas! ¡Quiero decir, de verdad les ofendía!»
La naturaleza no es moral ni inmoral. Sencillamente, es.
Recomendado para todos los públicos.
Libro: «Química entre nosotros»
Autores: Larry Young y Brian Alexander
Traducción: Alejandro Pradera
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