La invención del bombardeo del hombre neolítico

Publicado el 24 de marzo de 2012 en Curiosidades por omalaled
Tiempo aproximado de lectura: 3 minutos y 26 segundos

En su libro El mono que llevamos dentro, Frans de Waal nos explica el comportamiento de los chimpancés y los bonobos. La verdad es que pone los pelos como escarpias ver lo parecidos que somos. Demasiado. He de agradecer públicamente a Tay el haberme descubierto este maravilloso libro y a su autor, porque es , como ya he dicho, absolutamente maravilloso; y os lo recomiendo sin dudarlo ni un instante. Os dejo con unos párrafos que dan para pensar un rato.

Toda civilización digna de tal nombre tiene algún ejército. Percibimos este canon con tanta claridad que incluso lo hacemos extensivo a civilizaciones no humanas imaginarias, como la película El planeta de los simios. El primatólogo contempla la versión de 2001 con horror: el cruel líder tiene el aspecto de chimpancé bípedo —aunque huele a conejo—, los gorilas son retratados como lerdos y obedientes, el orangután es un tratante de esclavos, y los bonobos [que se caracterizan por su promiscuidad] han sido convenientemente omitidos. Hollywood siempre se ha sentido más cómodo con la violencia que con el sexo.

La violencia impera en esta película. Pero no hay nada menos realista que los vastos ejércitos de monos uniformados que aparecen en la pantalla. Los antropoides carecen del adoctrinamiento, la estructura de mando y la sincronización que emplea la malicia humana para intimidar al enemigo. Puesto que la coordinación estrecha conlleva una disciplina absoluta, nada resulta tan aterrador como un ejército bien entrenado. Aparte de nosotros, los únicos animales que cuentan con ejércitos son las hormigas, aunque carecen de una estructura de mando. Si un ejército de hormigas pierde el rumbo, como cuando las rastreadoras se separan de la corriente principal, en ocasiones la cabeza enlaza con la cola de su propia columna. Al seguir su propio rastro de feromonas, forman un aro densamente apretado en el que miles de hormigas se mueven en círculos hasta morir de agotamiento. Gracias a su organización vertical, esto nunca le ocurriría a un ejército humano.

Puesto que los debates sobre la agresividad humana invariablemente giran en torno a la guerra, la estructura de mando de los ejércitos debería hacernos pensarlo dos veces antes de trazar paralelismos con la agresión animal. Aunque es comprensible que sus víctimas vean las invasiones militares como una agresión, ¿quién dice que el ánimo de los perpetradores es agresivo? ¿Acaso las guerras se derivan de la ira?

A menudo, los líderes tienen motivos económicos o de política interna o se escudan en la defensa propia. Los generales obedecen órdenes, y los soldados rasos pueden no tener ningunas ganas de dejar su casa. Con sumo cinismo, Napoleón observó: «Un soldado luchará larga y duramente por un trozo de cinta coloreada». No creo que sea una exageración decir que la mayoría de la gente en la mayoría de las guerras se ha movilizado por algo distinto de la agresión. La guerra humana es sistemática y fría, lo que la convierte en un fenómeno casi nuevo.

La palabra clave es «casi». La identificación grupal, la xenofobia y el conflicto letal, tendencias todas que se dan en la naturaleza, se han combinado con nuestra altamente desarrollada capacidad de planificación para «elevar» la violencia humana a su nivel inhumano. El estudio del comportamiento animal puede no ser de mucha ayuda a la hora de explicar las cosas como el genocidio, pero si dejamos de lado los Estados y las naciones y nos fijamos en las conductas humanas dentro de las sociedades a menor escala, las diferencias ya no son tan grandes. Como los chimpancés, la gente es altamente territorial y valora menos la vida de los extraños que la de los miembros de su grupo. Se ha especulado que los chimpancés no vacilarían en utilizar pistolas y navajas si las tuvieran y, de manera similar, los pueblos ágrafos probablemente no titubearían en intensificar sus conflictos si dispusieran de la tecnología adecuada.

Un antropólogo me contó una vez cómo reaccionaron dos jefes de eipo (una etnia papú de Nueva Guinea) que iban a volar por primera vez en avioneta. No tenían miedo de subir al aeroplano, pero hicieron una intrigante petición: querían que la puerta lateral no se cerrara. Se les advirtió de que allá arriba en el cielo hacía mucho más frío y, puesto que no llevaban más vestimenta que su tradicional funda para el pene, se congelarían. No les importaba. Querían llevar unas cuantas piedras grandes que, si el piloto fuera tan amable de volar en círculo sobre el pueblo vecino, dejarían caer sobre sus enemigos a través de la puerta abierta.

Por la tarde, el antropólogo escribió en su diario que había presenciado la invención del bombardeo del hombre neolítico.

Frans de Waal, El mono que llevamos dentro.



Hay 5 comentarios a 'La invención del bombardeo del hombre neolítico'

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  1. #1.- Enviado por: Nachop

    El día 25 de marzo de 2012 a las 13:40

    Lo mejor del articulo es que les da igual congelarse siempre que les puedan tirar las piedras. Muy español, que diría el Arturo Perez Reverte, me da igual quedarme tuerto si mi enemigo se queda ciego…

  2. #2.- Enviado por: Tay

    El día 28 de marzo de 2012 a las 11:11

    No merezco tal agradecimiento, tarde o temprano deWaal habría llegado a ti, yo solo soy otro vehículo de transmisión de los memes egoístas de la ciencia.

    deWaal es muy bueno, tengo a la espera su último libro «La edad de la empatía», que tengo muchas ganas de empezar. Pero tengo cuenta pendiente con otros, entre ellos el tuyo, que ya he empezado (aprovechando un viaje en autobús para ver a Ludovico Einaudi, quien también te recomiendo). Me está encantando, tiene un formato que se hace muy ameno 🙂

    Saludos

  3. #3.- Enviado por: Gabriel

    El día 31 de marzo de 2012 a las 22:36

    Es sorprendente que hayamos evolucionado culturalmente tan poco, a pesar de los avances cientificos y tecnologicos. Biologicamente ya no somos bonobos ni chimpances, y desde que el sapiens es sapiens se repite este comportamiento que es de todo menos inhumano. Es «típicamente» humano. Los bonobos intercambian sexo por comida, no explotan a ninguno de sus congeneres, y los chimpances organizan partidas de caza sanguinarias, pero para obtener comida. O para luchar contra un un individuo invasor o simplemente perdido en su territorio (no preguntan). Lo cual resulta un salto «evolutivo» notable hacia la «humanidad». Parecería que el H.sapiens sapiens reune y pendula entre las características de estas especies. Pero no hay que olvidar que antes fueron los roedores, y antes los reptiles, y antes los peces…podría seguir. Qué tenemos de todos ellos entonces? (se habla mucho del «cerebro de reptil», pero poco del de «colibrí»). A la mayoría de la gente en un momento dado no le cuesta demasiado identificarse con un ser con ojos y patas ( y si hace algún sonido entonces más fácil aún), pero hay pocas personas que se llamen «Mono», «Perro», «Ballena», etc (exceptuando los apodos, que es donde sale a relucir la verdadera personalidad), y sí muchas «Rosas», «Jacintos», y hasta inanimadas «Pilares» (saludos a todas las Pilis marchosas). Cómo dice el dicho, valga la redundancia, «dime de que presumes y te diré de que careces».

  4. #4.- Enviado por: Silvia

    El día 3 de abril de 2012 a las 00:17

    Es interesante el artículo (mañana buscaré el libro ya que me has intrigado).
    Quisiera contestarle a Gabriel sobre su comentario.
    Cuando se habla de «cerebro reptil» se indica la estructura antigua del cerebro, llamado sistema límbico. No se habla de cerebro «colibrí» o «Perro» o «ballena» por que evolutivamente nunca pasamos por esas etapas.

  5. #5.- Enviado por: Gabriel

    El día 3 de abril de 2012 a las 21:28

    Precisamente, gracias Silvia! 🙂

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