Quien más, quien menos, conoce la famosa anécdota de Darwin y los escarabajos que ya expliqué de su autobiografía:
Un día, mientras arrancaba la corteza de un viejo árbol, vi dos extraños escarabajos y capturé uno con cada mano; entonces vi un tercero, de un nuevo tipo, que no podía permitirme perder, de modo que me metí en la boca el que sujetaba con la mano derecha. ¡Ay! Expulsó un líquido intensamente acre que me quemó la lengua y que me obligó a escupir el escarabajo que, por cierto perdí, igual que el tercero.
Pues bien, lo curioso del caso es que era capaz de llevarse a la boca muchos otros tipos de comida que no los que estamos familiarizados. Y eso hizo, por ejemplo, con un autillo que ya había muerto: se lo comió. Copio dos páginas muy divertidas sobre este curiosísimo aspecto de Darwin del maravilloso libro El pequeño gran libro de la ignorancia, John Lloyd y John Mitchinson.